Telefonía móvil (Getty)
Telefonía móvil (Getty)

Apuesto a que usted, estimado lector, utiliza las redes sociales de Internet para informarse, entretenerse u opinar. Facebook, YouTube, WhatsApp, Twitter, Snapchat, Google+, Instagram u otras. Tal vez haya sido testigo de mentiras, insultos o hasta amenazas.

Los agravios se multiplican en las redes y en muchos casos parten de informaciones falsas, que notamos con ejemplos cotidianos. Desde amenazas y violencia a los dueños del chifa Asia, acusados falsamente de usar carne de perro en el arroz chaufa, hasta impunes mensajes difamatorios de algunos políticos.

La velocidad e inmediatez de las redes están cambiando nuestra forma de comunicarnos. La dinámica política no es ajena a esta realidad. Las campañas municipales y regionales serán una –nueva– oportunidad para la calificación ligera y la difusión compulsiva de mensajes que afectan la reputación de personas y organizaciones. Las redes son una estupenda herramienta de comunicación, pero también un medio para sumergirnos en una vorágine, a partir de fotos, videos, mensajes y textos que pueden hipnotizarnos de manera adictiva, generando una dependencia en la que perdemos perspectiva sobre fuentes, matices y la forma en la que deseamos relacionarnos.

‘Progres’ frente a ‘conservas’, ‘caviares’ contra ‘fachos’, ‘fujis’ y ‘antifujis’ son dicotomías cotidianas de los intercambios políticos en las redes, que en época electoral resaltan más, canalizando ignorancia, prejuicios y una cuota de frustración transformada en agresividad.

Todorov decía que a menudo la memoria nos encierra en una ilusión maniquea que divide entre buenos y malos; víctimas y verdugos; inocentes y culpables. También decía que la historia nos ayuda a salir de esas posturas.

Para repasar la historia, toca hacer pausas, dejar el celular y salir de lo inmediato. Tal vez, siguiendo la idea del profesor búlgaro, veamos menos en blanco y negro, para disfrutar de más diálogos y colores.