(GEC)
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Que los peruanos quedaron sorprendidos y hasta indignados con el nombramiento de Vicente Zeballos como embajador peruano ante la OEA –a todas luces inmerecida recompensa para quien tuvo un discutido paso por el premierato– es indudable. Las críticas y denuestos que llovieron sobre una decisión presidencial que parecía basarse más en la retribución de lealtades que en el análisis de las calificaciones profesionales para el cargo son plenamente justificadas.

De ahí a pasar al agravio personal, hay un gigantesco trecho que medios como Perú21 nunca cruzarán. Multitud de personajes, sin embargo, han cimentado larga y proficua carrera en la vida pública del país saltándose códigos de ética, de legalidad y aun de la razón, cada vez que lo consideraron conveniente para sus fines.

La congresista Martha Chávez cuenta con un largo historial antidemocrático que despegó hacia el infinito “y más allá” durante los peores días de la dictadura fujimorista, cuando decidió convertirse en la defensora estelar de cuanta tropelía cometían militares y funcionarios del régimen, muchos de los cuales cumplen hoy penas de cárcel por demostrados hechos de sangre y corrupción. Pero dejando de lado sus bizarras explicaciones sobre el Grupo Colina, Vladimiro Montesinos y millonarias defraudaciones al Estado, la verdad es que jamás se le había visto caer en bajezas tan impropias como las del racismo para airear bucalmente un supuesto argumento político. Digamos que faltaba ese apartado para coronar un currículum que, de haber estado vivo Dante Alighieri, podría haberla incluido, ya con nombre propio, en su octavo círculo del Infierno.

Así como consideramos un flagrante abuso de poder la designación de Zeballos, condenamos ese “quizá debió ir a Bolivia… como moqueguano y como persona de rasgos andinos…” con que se refirió al asunto la emblemática congresista de Fuerza Popular, Martha Chávez. El racismo representa lo más bochornoso y degradante que ha dejado la historia de la humanidad. Y en el Perú sabemos bien hasta dónde ha llegado en el pasado y a qué extremos de barbarie puede llegar si no se le erradica para siempre.