¡Quiero ser fotógrafo! (Getty)
¡Quiero ser fotógrafo! (Getty)

En un vuelo interminable de Lima a Tel Aviv, vía Sao Paulo, visualicé a un fotógrafo brasileño.

Simoes regresaba de un periplo cromático por Ecuador, Chile y Perú. Había captado imágenes impresionantes de paisajes, fauna y flora de la costa occidental sudamericana.

Mientras, concentrado, trabajaba (disfrutaba) con la edición de tomas capturadas en “raw”, rápidamente reconocí paisajes de los áridos desiertos y acantilados de la costa norte chileno-peruana, registros impresionantes de la bahía de Paracas, flamencos, lobos marinos, pico rojo y cientos de cangrejos volviendo al mar en despobladas caletas.

Coronaba su edición una magistral colección de efectos tomados en la reserva de Galápagos. Entre iguanas hipnotizadas, tortugas prehistóricas y pingüinos de Humboldt, me preguntaba: ¿si fuera fotógrafo? La envidia me invadía cuando comparaba mi regreso a Lima con el de Simoes.

Con un tesoro de material y varias semanas al aire de su inspiración, recibiría admiración y elogios de ecologistas, milenios, animalistas, conservacionistas y activistas, además de un suculento cheque...
Yo, en cambio, regresaré con el reto de innovar y competir globalmente y, entre críticas, lograr ser sostenible.

¡Directo a pasar inspección de Defensa Civil, otra vez, por sexta vez! Directo a pegar octógonos de “Alto en”, sin importar la ración. Directo a innovar en productos dietéticos para gente sana que no quiere hacer dieta. Directo a juntar para el CTS de mayo a un fondo que nunca acumula. Directo a pagar IGV de facturas que nunca cobré. Directo a cambiar el plástico de los envases, aunque no encuentre sustituto.

¡Encarar a los enemigos del valor, pensando que la fotografía no me viene mal!

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