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Hay quien presume de recurrir al lenguaje inclusivo y no cabe en sí de gozo cuando empieza su salutación con un orondo “Queridos amigos y amigas”, sin sospechar que arranca sus palabras con un fallo gramatical. Si se trata de empezar nuestros discursos con esa frase, más nos vale empezar por la primera regla: evitar la discordancia. Y, en consecuencia, si queremos hablar en la forma “inclusiva”, debemos ser inflexibles y llegar hasta el final. O sea: “Queridos amigos y queridas amigas”. Y si te preguntan cuántos hijos tienes, no habrá más remedio que decir, –si fuera el caso– “tengo tres hijas y dos hijos”, o “salgo con mis tres hijas y mis dos hijos a pasear”…

Entonces, llegamos a la sinrazón de escuchar al varón decir “…porque nosotros y nosotras queremos…”. Y ese o aquella insiste con lo de miembros y “miembras”; portavoces y “portavozas”; congreso de diputados y “diputadas”; órgano de gobierno de jueces y “juezas”. Aunque hay que reconocer que en el caso de esta última categoría, y para mi horror personal, en sintonía con la Real Academia de la Lengua, el –incorrecto– sustantivo femenino está demasiado extendido.

España está en plena campaña electoral. La Junta Electoral haría bien en recordar a los políticos que su mensaje debe ser preciso y respetuoso con el idioma de Cervantes, a quien no me imagino reescribiendo el Quijote para hacerlo inclusivo. Precisa y paradójicamente porque, en castellano, el empleo del masculino es inclusivo. Apela a la clase de la que se trate, sin distinción de sexos. Como dice la Real Academia, esos desdoblamientos, además de cansinos (“amigos y amigas”, “hijos e hijas”, “niños y niñas”…), son artificiosos, restan agilidad al discurso, y abren las puertas a las faltas de sintaxis.

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