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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Fritz Du Bois,La opinión del directorParece que, al igual que Julio Cortázar, que dedicó uno de sus últimos cuentos para expresarle su admiración, el electorado de dos distritos en Londres también quieren un montón a Glenda Jackson, a quien vienen reeligiendo como su representante en el Parlamento desde hace 20 años.

Así tenemos que ella dejó la actuación, donde fue sumamente exitosa habiendo ganado dos veces el Oscar, para dedicarse a la política. Pese a que con los honorarios que podría obtener por un par de películas ganaría más dinero que lo que ha recibido en dos décadas en el Parlamento. Sin embargo, ahí está trabajando de lunes a viernes en los diversos comités parlamentarios y abriendo su oficina local el sábado para que pasen a visitarla con sus quejas o demandas algunos de los 45 mil votantes que ella está representando.

En realidad, es bueno recordar cómo en otras tierras la política es sinónimo de sacrificio por el servicio público, ya que nos olvidamos con facilidad que en ella solo deberían participar quienes tienen vocación de servir a los demás. Más aún, en nuestro país da la impresión de ser lo contrario y, frecuentemente, aquellos que solo están tratando de servirse de los demás ocasionan escándalos. Incluso lo más alarmante en nuestro caso es que la política a todo nivel, ya sea municipal regional o nacional, parece haberse convertido en la manera más segura de tener un repentino incremento patrimonial. Ello es debido a que, en los últimos 10 años, el presupuesto general prácticamente se ha triplicado, pero la calidad de nuestros políticos no ha mejorado o, mejor dicho, ha empeorado. Por lo que el manejo de fondos del Estado se ha vuelto el mecanismo más rápido para hacerse millonario.

Con lo cual el último incidente protagonizado por Toledo no debería de ser simplemente el entierro político del exmandatario, sino que debería de llevarnos a reflexionar sobre cómo lograr evitar que el Perú vaya camino a tener los niveles de corrupción estatal que les costaron, por ejemplo, tantos años de desarrollo a los mexicanos.

Para empezar, evidentemente tenemos que cambiar el actual esquema de fiscalización. No solo en lo que respecta a los órganos de control sino, principalmente, a la incapacidad de poder exigirles a los políticos que les rindan cuentas a los ciudadanos. La brecha de credibilidad entre la clase política y el resto del país se está ampliando, por lo que la población ya no espera nada de quienes nos están gobernando.

Por ello, sería bueno que en esta ocasión no solo el castigo al expresidente sea ejemplar, sino que además nos lleve a reformar un sistema político que ha fracasado. No solo se debe introducir transparencia total en la gestión pública sino que, asimismo, se debería de reformar la Constitución para crear el distrito electoral y acercar los políticos a los ciudadanos. De esa forma, cada uno de los parlamentarios tendría muy claramente definido a quién está representando. Para que, como a Glenda, se le pueda tocar la puerta y exigirles que den resultados.