La historia económica del Perú en lo que va del siglo XXI, a riesgo de ser simplificador, puede resumirse así: disciplina macroeconómica más entorno económico externo favorable o desfavorable es igual a crecimiento o desaceleración. La razón es que la evolución de la economía mundial es cíclica y cada vez que le va bien, al Perú le va bien y viceversa. Existe un consenso casi total de que la economía global no tendrá un buen comportamiento en 2020. Se sigue que la proyección de 3.8% de crecimiento para Perú suena exagerada.

En cuanto al entorno externo, la buena noticia sobre un eventual inicio de una solución a la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha sido contrarrestada por el conflicto entre los Estados Unidos e Irán, que sin duda impacta sobre el precio del petróleo y el tipo de cambio.

Si el problema no escala (digamos, no hay una respuesta iraní), el impacto será solo temporal, pero eso no lo sabemos y agrega dudas sobre todas las proyecciones de la economía mundial. Habría que ajustarlas hacia la baja. Debemos pensar que Donald Trump va por la reelección en noviembre de este año y requiere unir a los estadounidenses en torno de un enemigo común; recordemos que primero fue México y luego China. Ahora es Irán.

Agreguemos un factor más: la incertidumbre política interna, que es un veneno para la inversión, motor del crecimiento. Las elecciones congresales de este mes y la campaña presidencial para 2021 se realizarán en un contexto en el que no hay partidos políticos y, por ende, nadie sabe lo que hará quien gane.

¿Podemos hacer algo ante ese panorama? No mucho, pero sí sentar las bases para un crecimiento sostenible que logre mejoras en el bienestar de todos los peruanos. Completemos la ecuación inicial: disciplina macroeconómica más entorno económico favorable, más reformas es igual a crecimiento sostenible y mejor calidad de vida. Lo que no podemos hacer es implementar políticas populistas que tanto daño le hacen a una economía. La historia, inclusive la peruana, está plagada de estos episodios.

Esas reformas institucionales en sectores tan sensibles como educación, salud y seguridad ciudadana están en manos de Ejecutivo y del Legislativo. La pregunta es la siguiente: ¿estarán a la altura? Lo que queda claro es que sin reformas quedamos expuestos a lo que ocurra en el exterior. Lo que es más grave, sin ellas no aumentará el bienestar.

¿Por qué no mejora la educación pública básica, si todos estamos de acuerdo con su relevancia? ¿No faltará decisión política? ¿No habrá problemas de implementación? Una reforma es un cambio en la manera en que funciona un sector de la economía. Todo cambio genera en el corto plazo ganadores y perdedores. Y por eso se requieren consensos. La combinación de voluntad política con conocimiento técnico y capacidad de poner en marcha los cambios es la clave.

Juzgue usted, estimado lector, pero bien haríamos en denominar a este 2020 año de las reformas. Más de lo mismo no nos conducirá a nada.


TAGS RELACIONADOS