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¿Qué hago yo aquí? (spoiler)

"Briceño no se ha envenenado de la injusticia que sufre y dando ejemplo, a pesar del alto costo que viene pagando en paz y salud, sigue creyendo en que los peruanos unidos, trabajando, seremos una sociedad justa”. 

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(Midjourney/Perú21)
(Midjourney/Perú21)
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No es una pregunta para los demás, sino para uno mismo. Dante Alighieri se la hizo al empezar su Divina comedia: “… en medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida, (…) no podría explicar cómo allí entrara, tan soñoliento estaba en el instante, en el que cierto camino abandonara”. Como quien se pregunta desorientado: “¿Dónde estoy?”. Pero hay desconciertos más complejos. En diciembre de 2001 se había decretado el ‘corralito’ en Argentina. Nadie podía retirar de los bancos más de 250 pesos o dólares. La moneda argentina estaba anclada al dólar y se sospechaba, con razón, que se venía una superdevaluación y, con ella, desaparecería esa convertibilidad de un peso por dólar. Protestas, saqueos, heridos y muertos. Mientras Argentina se iba al diablo, Hernán Casciari estaba de madrugada en un bar de Barcelona viendo por televisión cómo, después de 34 años, Racing volvía a ser campeón. No le gustaba el fútbol. Se había hecho hincha del Racing por su padre, porque de lo único que podía hablar con él era de eso. Había muerto hace poco y, al duelo, Casciari agregaba el no poder celebrar lo único que hubiese podido celebrar con su padre. Los parroquianos veían indiferentes la televisión, en la calle no había caravanas ni bocinazos, la gente caminaba en silencio y abrigada mientras la barra, en Buenos Aires, celebraba con bulla y a pecho calato. Se sintió en otra parte, donde Racing no era nada ni nadie era de Racing; lejos del dolor y de la fiesta, fuera de lugar, como en la regla del fútbol, la del off side, ‘orsai’ en español chapuceado. Le pondría ese nombre a la revista que lanzaría poco después.

¿Qué hago yo aquí? El 1 de julio de 2024 Ricardo Briceño también se lo preguntó. Era la primera audiencia del juicio contra Keiko Fujimori por haber recibido, supuestamente, aportes ilícitos para su campaña electoral de 2011. Con ella, estaban procesados un medio centenar de partidarios y simpatizantes, acusados, supuestamente, de ser una banda criminal organizada para lavar esos dineros sucios. Briceño nunca había simpatizado con el partido de Fujimori, sino con el de Kuczynski. Pero lo más importante era que el fiscal encargado de evaluar el “delito fuente” del lavado de activos había concluido que los hechos que se imputaban a Briceño no eran delito y que, por si hubiese dudas, tampoco los había realizado. Ignorando ese dictamen, sin prueba, ni evidencia, ni indicio, el fiscal Domingo Pérez incluyó a Briceño en la acusación. El juez Víctor Zúñiga tampoco realizó el control de legalidad, no lo sacó del juicio, se lavó las manos para no complicarse la vida y sopló la pluma a las cortes para que sean ellas quienes reconozcan su inocencia. Briceño también se sintió fuera de lugar; no le correspondía estar en el banquillo de los acusados.

¿Qué hago yo aquí? es el título que Briceño ha puesto a su relato de 200 páginas y a dos voces: la de su autobiografía, exitosa por donde hubiese caminado, y la de su testimonio en ese absurdo calvario judicial. No se hizo la pregunta para provocar alegatos de defensa, ni para generar simpatías, ni para levantar apoyos para vencer la mala leche de los fiscales y la cobardía de los jueces, porque habrá pronto quien lo absuelva, con toda razón. Se hizo la pregunta porque, cuando tuvo adversidad, no se compadeció de las desgracias ni se lamentó de las injusticias, sino que se rebeló contra ellas para vencerlas. Por eso, a pesar de ser un rehén de fiscales ideologizados que vienen utilizado la acusación como extorsión para que los empresarios sientan miedo de apoyar las ideas liberales que promueven la inversión privada, Briceño ha utilizado su propio caso como un alegato para defender el derecho de todos a participar en política, casi una obligación como vienen las cosas. Es de los pocos que no se limitan a pagar impuestos, sino que imaginan, proponen, trabajan y apuestan por un país mejor. Briceño no se ha envenenado de la injusticia que sufre y dando ejemplo, a pesar del alto costo que viene pagando en paz y salud, sigue creyendo en que los peruanos unidos, trabajando, seremos una sociedad justa. Apuesta a disfrutarla en paz, con libertad, con sus nietos, aquí en el Perú. Que así sea.

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