Hay cosas difíciles en la vida: explicarle a tu hijo que Santa Claus no existe y convencerte tú mismo de que Dios tampoco. Para dirimir entre conservar la fe y perder la esperanza, dos tribunales han sentenciado que Santa y Dios existen, o algo parecido. El primero fue en 1947 ante las cortes de Manhattan. Macy’s había contratado a Kris Kringle para que hiciera de Santa Claus. Kringle parecía saber mucho de los chicos, cómo andaban en la escuela, qué pasaba en casa, y conversaba de igual a igual con ellos. Algo más, si Macy’s no vendía lo que los chicos querían por Navidad, en lugar de manipularlos para que cambiaran de regalo, les decía a las mamás en qué otra tienda comprarlo. Esa empatía con los chicos y la complicidad con las mamás fue un éxito: llevó más gente a las tiendas y se vendía más. La competencia los demandó por fraude: “Santa no existe, todo es un engaño”. Durante el juicio, Kringle confesó que era el verdadero Santa. El Departamento de Correos aprovechó para deshacerse de miles de cartas que los chicos enviaban y las depositó en el juzgado a nombre de Santa, o sea, de Kringle. El juez consideró que si el Correo, una agencia oficial del Gobierno de los Estados Unidos, reconocía a Santa, el tribunal no tenía razones para dudar de su identidad. Milagro en la calle 34 ganó el Óscar a mejor guion adaptado, escrita y dirigida por George Seaton.
El segundo caso fue ante los tribunales de Lima durante los ochenta. Teresa Orbegozo donó al Señor de los Milagros sus joyas y las entregó al Monasterio de Las Nazarenas. Su hija Rosalinda demandó la nulidad bajo el mismo argumento: el Señor no existe. La defensa agregó que la donación constaba en un simple recibo y no por escritura pública, como lo exige la ley, y que Teresa había sido manipulada por la priora del convento para que entregara las joyas a cambio de misas por la salvación de su alma. Un juez inspirado consideró que la ley peruana permite elegir la ley de otro país para regular un contrato privado; que Teresa no había realizado una donación bajo la ley peruana, sino una ofrenda bajo la ley de El Vaticano; que la ofrenda, bajo la ley de la Iglesia, es un estipendio para recibir gracias de la religión, como las misas en cuestión, y que, por tanto, el convento podía quedarse con las joyas. Señor de los Milagros es la obra de teatro más reciente de Arte & Derecho de la Facultad de Derecho de la PUCP, escrita por Alfredo Bullard y dirigida por Malcolm Malca.
Saber si Santa o Dios existen es un falso dilema. Esa existencia, si la hubiese, no se somete al conocimiento científico ni al razonamiento jurídico. En los juicios no se resolvió si existen, sino que se reconoció la libertad de cada uno para construir su propia fe. Tolerancia es respetar que otro haga incluso aquello que no nos gusta o que no haríamos. Así se construye la sociedad. Ese derecho es sagrado, pero no absoluto, no puede afectar la libertad de otro. De hecho, la libertad absoluta tiene implícita una limitación: “Prohibido prohibir” (grafiti en París, mayo 1968). Cuando las libertades individuales se cruzan, se genera un conflicto y para resolverlo están las instituciones (sociedad civil, estructuras de participación política y de administración de justicia). Cuando las instituciones fallan, el conflicto se desborda, viene el desastre. Eso es lo que está pasando ahora. Nos distraemos con los exabruptos de Trump allá y las impericias de Dina acá, pero no reparamos en que están dinamitando las instituciones. El poder se concentra en los personajes y el peligro es que, después, no se puedan controlar las consecuencias. La democracia es la prosperidad de las libertades individuales bajo la regulación de las instituciones. Eso es lo que está en peligro ahora. Epílogo: “(…) tuviste que meterte a la Católica para convertirte en ateo”, diría un personaje a otro en Señor de los Milagros. La frase, en una obra promovida por la misma PUCP, no es burla ni reto; acaso ironía, humor fino para afrontar con alivio las angustias de estos tiempos. Como esa otra frase: “(…) nadie se acuerda de Dios hasta que el avión se empieza a caer”. Vienen tiempos nuevos, inciertos. No perdamos nuestra libertad, que es la que nos permite creer que Dios existe o pensar que quizás no.