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Esta semana, Verónika Mendoza advirtió que en el Perú no existe un Estado que planifique ni regule el desarrollo y que hemos renunciado a nuestros recursos naturales. Para entender por qué sus pretensiones son un disparate, basta comparar el desarrollo de Argentina y Japón en los últimos 100 años.

Por un lado, en la primera mitad del siglo XX, el país del tango contaba con sendos recursos naturales, tenía una población bien educada, era el principal receptor de inversiones europeas y su economía estaba entre las diez más importantes del planeta.

Por otro lado, el país del sol naciente (que no contaba con recursos) había sido azotado por la Segunda Guerra Mundial; había recibido dos ataques nucleares y más de tres millones de sus jóvenes habían perecido, tenía 10 millones de veteranos desempleados y la infraestructura industrial estaba destruida.

Sin embargo, a finales de los 70, la economía japonesa superó a la argentina, brecha que solo aumentó hasta la actualidad. Así, hoy el PBI per cápita real japonés es US$36,452, mientras que el argentino es US$18,695. ¿Qué pasó?
Mientras Japón decidió copiar lo que le permitió a EE.UU. alcanzar su nivel de prosperidad – protección a la propiedad y la libertad de empresa –, en la Argentina de Perón, con el verso de la “justicia social”, se multiplicó el tamaño del Estado, iniciando la era de las crisis crónicas. El resto es historia.

De esto, cuatro reflexiones: (i) los recursos naturales en manos del Estado no generan riqueza (Ej. Venezuela); (ii) haber alcanzado cierto nivel de desarrollo no implica que dicha situación no se pueda revertir; (iii) es el sector privado, y no el Estado, quien genera prosperidad y (iv) un Perón genera más daño que dos bombas atómicas.

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