Esto no da para más. (AFP)
Esto no da para más. (AFP)

En una columna de febrero de 2015, titulada Deudas, sostenía la tesis de que la economía mundial estaba atrapada en un entramado de endeudamiento:

“Lo terrible es que, a siete años de la crisis financiera de 2008, se ha avanzado bastante poco en el proceso ‘des-apalancamiento’, que es el símil de la física con que los banqueros se refieren a la reducción gradual de niveles excesivos de endeudamiento.”

Ilustraba la gravedad del problema con un estudio de McKinsey que mostraba que, desde la crisis de 2008, solo cinco economías emergentes y ninguna desarrollada –de las cincuenta más importantes– habían reducido sus niveles de deuda.

En otra columna de marzo de 2018, Una de marcianos, echaba la culpa del deterioro progresivo del endeudamiento a las emisiones gigantescas de dinero de los bancos centrales.

“La abundancia de dinero es tal que hasta algunos países-desastre son capaces de poner la mano y conseguir empréstitos a tasas impensables en el pasado. Como hubo una crisis de sobre-endeudamiento años atrás, los bancos centrales vigilan que los bancos comerciales fortalezcan su posición de capital. Pero las empresas y los gobiernos se endeudan con desenfreno en el mercado de capitales, pues ahí los bancos centrales tienen menos control”.

Esta semana se han pronunciado, sobre estos temas, dos voces autorizadas: la presidenta del FMI, Kristalina Georgieva, y el fundador del mayor Hedge Fund, Ray Dalio. Hay que decir que el FMI apoyó con tesón, hasta hace pocos años, las políticas de inyección monetaria de los bancos centrales, sin sopesar suficientemente sus efectos nocivos en el endeudamiento y la sobrevaluación de activos, algo que sí hizo el Banco Internacional de Pagos –el banco y club de los banqueros centrales– que ha venido alertando sobre el problema.

Según Georgieva, en 2018 la deuda total ha alcanzado su récord histórico: asciende a 188 billones (trillions) de dólares, algo más del doble del PBI mundial; la deuda de las empresas es el segmento más preocupante, le sigue la deuda pública que, en el caso de los países avanzados, ha llegado a niveles no vistos desde la Segunda Guerra Mundial y, en las emergentes, a proporciones comparables a las que llevaron a los defaults de los ochenta.

Para Dalio, por su parte, el mundo se ha vuelto loco y el sistema está roto. Las políticas de estimulación monetaria –y fiscal– continuada cada vez cuestan más y producen menos resultados y, además, han contribuido a un deterioro sin precedentes de la distribución del ingreso que está erosionando la estabilidad social y conduciendo al resurgir de populismos de derechas e izquierdas. El semanario liberal The Economist constataba esta semana que el 10% de los más ricos del planeta controlan el 82% de la riqueza, mientras de la mitad de abajo solo controla el 1%.

Conclusión: se han agravado los problemas económicos que llevaron a la crisis de 2008; ha empeorado la distribución del ingreso; la gente cada vez confía menos en los gobernantes y el orden establecido; hay grietas en la cooperación entre los países occidentales. Se han adoptado políticas equivocadas y lo que se viene por delante no es nada bueno.

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