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Dos historietas sobre derroche…
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En 1985, a los pocos días de mi ingreso al Banco Mundial, me estrené con un viaje de trabajo a Kenia. El cometido era trasladar al gobierno la opinión del BM sobre una serie de proyectos ruinosos que estaban planteando en el sector energía. Acompañaba a dos veteranos que me sacaban una veintena. Uno de ellos era un alemán que se llamaba Gunter S., una autoridad en el sector eléctrico; recuerdo que cuando en las reuniones con las autoridades alguien decía un sinsentido, al salir siempre hacia el comentario: ‘This guy is a turkey’.
Me tocó el análisis sobre las opciones para la refinería de Mombasa –única en el país– situada en la costa del mar Índico y de tecnología ‘hydroskimming’ anticuada que, al destilar las gasolinas, producía un exceso de derivados pesados de bajo valor. El crudo se importaba del puerto saudita de Ras Tanura. Calculé cuánto costaría importar directamente los refinados, en lugar del crudo para refinar, y me encontré con la sorpresa de que importar un barril de crudo a Mombasa costaba 24 dólares mientras que el valor del barril de refinados por la refinería (evaluados al precio de Ras Tanura más transporte) era 19 dólares; es decir, un proceso de destrucción de valor de 5 dólares por barril; se imaginan, no solo no se generaba plata para pagar la planilla y otros costos operativos sino que ni siquiera se cubría el costo del crudo: el ‘valor agregado’ de la refinería era más bien un ‘valor sustraído’.
¿Cómo entonces era capaz de operar? Pues poniendo el carro delante de las mulas: se prohibió la importación de derivados; a los grifos y otros abastecedores de combustibles no les quedaba más opción que importar crudo y refinarlo en la refinería, un monopolio que les cobraba una generosa comisión por barril, con el consabido resultado final de asalto al bolsillo del automovilista al llenar tanque. Calculé que el PBI sufría una merma de 1.3% con este atraco, y eso dejando de lado el efecto indirecto del impacto de los precios abusivos en los costos de las empresas. El PBI es igual a la suma del VA de cada empresa de un país. Aquel 1985, Kenia había importado poco más de 15 millones de barriles, que multiplicados por una pérdida de VA de 5 dólares por barril suponían una merma de unos 80 millones anuales en un PBI de unos 6 mil millones, o sea 1.3%.
Esto me lleva al ‘megaderroche’ de Talara. Perú produce hoy 50 mil barriles diarios y consume 250 mil. Las dos grandes refinerías, Talara y La Pampilla, tienen cada una capacidad para refinar unos 100 mil. Como producían gasolinas con alto contenido de azufre, dañino para la salud, el dilema era invertir en su modernización o cierre. La Pampilla, privada, ha conseguido desulfurar con una inversión de 740 millones de dólares; en cambio, Talara, pública, va a terminar gastando un monto diez veces mayor. Es más, como la producción es solo 50 mil diarios, con una sola operando sobra capacidad, el faltante de 200 mil barriles –para completar el consumo diario– se puede satisfacer importando directamente las gasolinas ya refinadas en lugar del crudo; la presión competitiva de la importación sería la mejor garantía para evitar asaltos al consumidor. Pues no, como en mi historieta, acabarán prohibiendo importación de gasolinas para que el elefante blanco de Talara haga caja para sobrevivir y La Pampilla, su agosto. Feliz 2020.
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