Foto: PUCP
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Hizo muchas cosas importantes. Pero siempre regresaba a la más importante para él. Enseñó, enseñó y cuando se cansaba de enseñar… seguía enseñando. Decía, ya mayor, que al entrar a una clase, olvidaba los años que tenía y, al terminar la clase, el cansancio se lo recordaba. Pero regresaba una y otra vez a su clase con el mismo entusiasmo con el que comenzó la anterior.

Así es la verdadera vocación. Hace inimaginable dejar de hacer lo que tanto nos gusta. Como alguna vez le escuché decir a Guido Calabresi, la mitad de la felicidad se obtiene dedicándote a hacer algo que pagarías por hacer. La otra mitad es encontrar a alguien con quien pasar el resto de tu vida. César Delgado Barreto consiguió ambas cosas. De hecho, nos dejó esta semana, solo un mes después de que su esposa Maria Antonieta nos dejara.

César fue quizás el mayor experto y profesor peruano en Derecho Internacional Privado. Pondría ese galardón por encima de cargos que ocupó tan relevantes como senador (en la época en que estar en el Congreso significaba algo muy distinto a lo que significa hoy), o ministro de Justicia o vicepresidente de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Enseñar Derecho Internacional Privado en los tiempos en que él comenzó a hacerlo sonaba a curiosidad. No era el mundo globalizado en el que todos interactuamos con todos para todo. Era de esos cursos medio accesorios a cosas aparentemente más relevantes como los contratos o el Derecho de Familia. Una especie de herramienta complementaria invocada en casos excepcionales, de esos que te tocan una vez en la vida.

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Pero en su campo de interés fue un visionario. Hoy, no conocer el Derecho Internacional Privado significa, para un abogado, como él mismo dijo, pretender ejercer en el mundo internacional y no hablar inglés. Es el Derecho de la interacción, de los negocios internacionales, de las familias transnacionales, de la eliminación de las fronteras y barreras. Es el Derecho que nos permite trascender lo doméstico y convertirnos en ciudadanos del mundo.

Severo y empático a la vez, César siempre se volcó por completo a sus alumnos en la Pontificia Universidad Católica. Nunca limitó lo que enseñaba a la racionalidad o lógica jurídica. Para él, ser abogado era ser humanista, era ser culto, era entender lo que sentían las personas a las que el Derecho se aplica. “El corazón tiene sus razones que desconoce la inteligencia”, solía decir citando a Pascal. Y es que el Derecho sin pasión, sin emoción, sin sentimiento, es como música sin ritmo. Puede sonar muy fuerte pero no hace bailar a nadie.

Era humildemente generoso con lo que sabía. Su mayor aspiración era ver cómo sus alumnos podían llegar a ser mejores que él. Hablaba con orgullo de los nombres de los abogados que habían sido sus alumnos y que hoy eran reconocidos y destacados.

Vivimos días duros. Vemos a muchos partir. Son partidas aparentemente distantes que afectan la calidez de la despedida y alejan el contacto con el que expresamos nuestros sentimientos. Pero para quienes tuvieron una vida marcada por la cercanía, las despedidas son más fáciles. Cuando uno ha tocado tantas vidas, nunca se va realmente de nuestro lado.

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