notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Nuestras mayores amenazas para el largo plazo son, en resumen, dos: la precariedad institucional y la baja productividad de nuestra estructura productiva. El modelo económico ha soportado, en gran medida, las razones detrás del espectacular crecimiento en los ingresos durante los últimos 24 años; pero, como ya sabemos, eso no basta. Si queremos formar parte del grupo de países desarrollados, tenemos esos dos grandes retos por delante.

Lamentablemente, la mayoría de políticos y analistas se encuentra enfrascada en debates menores, y deja de lado estas dos grandes taras que nos corroen día a día: unos luchando contra cualquier mejora en el modelo que signifique mayor productividad en el largo plazo, otros luchando para que no se retrotraigan las bases sustanciales del modelo sin importar que en el camino estas dos variables se mantengan en el statu quo.

Instituciones y productividad: ese es el camino que debiéramos plantearnos como carretera principal al desarrollo y la inclusión social de la que tanto hablamos. La tan necesaria innovación, por ejemplo, es un imposible sin estas dos precondiciones elementales: nadie invertirá un céntimo sin que los derechos de propiedad estén claramente establecidos y se puedan defender de manera oportuna, predecible y transparente. Sin instituciones, las reglas del mercado no se aplican a cabalidad; sin mercados eficientes, no existen incentivos a las mejoras en productividad. Para mejorar nuestras instituciones se requieren de dos condiciones básicas: por un lado, liderazgos sólidos; por el otro, un consenso mínimo al nivel político y social.

Solo para recordar nuestro contexto, nos encontramos en el puesto 118 sobre 144 naciones en el ránking del Foro Económico Mundial; en el 119 en defensa de la propiedad intelectual y en el 124 en independencia del Poder Judicial. Si seguimos así, vamos a acabar arruinando todo lo avanzado en nuestro ambiente macroeconómico. Sea el velasquismo o el fujimorismo el culpable de nuestra actual precariedad institucional es un debate, a estas alturas, intrascendente. No podemos seguir anclados en el pasado, discutiendo cuál de ambos personajes (y modelos) nos retrotrajo y en qué medida. Han pasado ya 14 años desde la caída del segundo, tiempo suficiente para al menos observar ciertas mejoras en los distintos ejes del ecosistema institucional. En cuanto a productividad, la noticia tampoco es alentadora; a diferencia de la precariedad institucional, donde habría que retraerse décadas para señalar un punto de inflexión, en cuanto a la productividad sí podemos identificar un reciente retroceso, y sabe quién qué nos deparará desde entonces.

En efecto, si revisamos la productividad (PTF) desde 1990 a la fecha, observaremos que el gobierno nacionalista ha frenado nuestra trayectoria: entre 1990 y el 2013, la productividad latinoamericana creció (sin contar al Perú) en 0.24% anual; Perú, en dicho lapso, creció al 0.89% anual. Para tener una idea de la trayectoria, Estados Unidos (la economía más productiva del mundo) creció a un promedio de 0.54%. En otras palabras, convergíamos a una tasa más que importante. Desde el 2001, la trayectoria peruana fue aún mejor: crecimos a un promedio anual de 1.72%, mientras la selección de países latinoamericanos creció a un promedio negativo (-0.22%), y la economía norteamericana a un magro 0.45%. Nuestra tendencia era claramente positiva, y a ese ritmo podíamos empezar a visualizar un futuro mucho mejor del esperado en tan solo 20 o 30 años. Parecerá mucho tiempo para algunos, pero en términos de desarrollo no son sino un abrir y cerrar de ojos. El quinquenio 2006-2011, sin importar el color político, fue aún mejor: nuestra productividad creció a un promedio de 2.05%, mientras la selección latinoamericana empeoraba (-0.31), y la norteamericana también (tan solo 0.11%).

Es decir, el gobierno del presidente Humala no solo recibió una economía saneada y boyante, sino además con una productividad en creciente mejora. Tan solo permitir esa trayectoria y enfocarse en mejoras institucionales (lo cual hubiera, en el tiempo, ayudado aún más a nuestras mejoras en productividad), hubiese significado un gobierno inmejorable. Como se dice, tuvimos la mesa servida. Pero nuestra mediocridad nos pasó factura: de aquel 2.05% promedio quinquenal bajamos al 0.66% promedio actual (2011-2013). Y si tomamos en consideración el desastroso 2014, el promedio debe haber bajado aún más. Latinoamérica (siempre sin contar al Perú) creció a un promedio de 0.5%, y Estados Unidos a un 0.54%. Si añadimos a la economía norteamericana la reestructuración de su matriz energética, crecerá a más del 1% en muy poco tiempo, con lo cual ampliará la brecha con Perú y el resto de países latinoamericanos. Instituciones y productividad son la clave del éxito. Ambas requieren de un liderazgo fuerte y un compromiso de todos los peruanos.