Las conversaciones datan del 19 de setiembre por la noche, cuando el Parlamento se disponía a votar la cuestión de confianza al Gabinete de César Villanueva. (Foto: Congreso)
Las conversaciones datan del 19 de setiembre por la noche, cuando el Parlamento se disponía a votar la cuestión de confianza al Gabinete de César Villanueva. (Foto: Congreso)

Los llamados Procesos de Moscú (1936-1938) son el emblema de la perversión de la justicia en un régimen totalitario. Stalin y sus asesores los concibieron para deshacerse de sus opositores, acusándolos de fraguar un golpe de Estado. Forzaron ‘confesiones’ de los implicados, quienes inevitablemente terminaron ejecutados.

Los procesos de Lima buscan llevar a prisión por 36 meses a Keiko Fujimori y a 10 almas acusadas de ser los miembros más conspicuos de una organización criminal llamada Fuerza Popular. La locomotora de esto son las acusaciones de un fiscal exaltado y fantasioso que quiso juzgar a los 11 en bloque, lo que no prosperó.

Le imputan al fiscal que su participación en casos como Chinchero y Madre Mía le resta imparcialidad. Resulta grave que no haya corroborado los dichos de los testigos que maneja, además de usar testimonios de otros casos, jurídicamente prohibido.

El esquema es claro. Un colaborador y congresista implicado –presumiblemente extorsionado– entrega comunicaciones internas y privadas de la bancada de FP. El fiscal las filtra a una ONG y esta a los medios. Escándalo asegurado.

El contenido, naturalmente, es crítico del Gobierno y de coordinación política. Suficiente para masacrar a una bancada otrora potente de 73 miembros. El cargamontón se convierte en ‘razzia’. Se exige a los fujimoristas que pidan perdón por sus pecados. Estos, diezmados, retroceden, se disculpan, sin convencer a nadie.

Los oficialistas, insatisfechos, quieren más golpes de pecho, les dicen que es tarde para arrepentirse. El presidente del Congreso, elegido por la bancada naranja, se aleja de esta y cruza la línea. Muy extraño, huele a más que presión. La opinión pública, envenenada y antifujimorista, no cree en el súbito cambio.

Los chats hablan mal del presidente, imposible que le lancen loas luego del zarandeo al fujimorismo con el referéndum. Pero sirven para vincular a FP con Hinostroza, quien fugó facilito, y a su vez con el fiscal Chávarry, la gran obsesión del Ejecutivo para tumbarse el caso Lava Jato. Se bombardea a la bancada fujimorista a través de ‘más primicias’, de presiones (algunos dicen chantaje) y demás malas artes para lograr el objetivo: revirar a Chávarry.

El fiscal en cuestión ataca a su superior, acusándolo de que quieren cesarlo del caso en ‘combina’ con los fujimoristas, cosa que corroborarían los tremendos chats. Resulta curioso que el presidente se sienta ofendido por comentarios privados. La ‘petite histoire’ comenta una reunión en casa de un sonriente congresista para vacar a PPK, donde participó el actual mandatario. Por ello, sus correligionarios lo acusaron de traidor.