Fuerzas del orden actúan en el Vraem.(Perú21)
Fuerzas del orden actúan en el Vraem.(Perú21)

El lunes por la mañana, el repentino y sensible fallecimiento del ministro de Defensa, el general José Huerta, nos sorprendió y llenó de dolor. Huerta, así como el alto mando de nuestras Fuerzas Armadas y Policía, estaba abocado a cumplir con una de las misiones que el presidente planteó en su discurso de toma de mando: lograr la pacificación del país y lograr liberar al Vraem, y al Vizcatán en particular, del yugo sanguinario de los Quispe Palomino.

Ayer, hemos conocido que un soldado del Ejército fue abatido en un enfrentamiento contra el Militarizado Partido Comunista del Perú (como hacen los Quispe Palomino llamar a su organización, que ya nada tiene que ver con Sendero Luminoso). El propio Abimael Guzmán los ha tildado de ser un grupo arrimado contra el bosque y sin contacto con el pueblo. Son, pues, un simple grupo de sicarios y pequeños narcotraficantes que están ocultos en el monte.

El problema es que utilizan a las poblaciones –principalmente asháninkas y no mashiguengas– como escudo humano para evitar que las fuerzas del orden desplieguen su real capacidad ofensiva. Se calcula que entre 300 y 600 de estos hombres y mujeres de pueblos originarios siguen esclavizados por el régimen de terror de ‘José’, ‘Raúl’ y ‘Olga’. El presidente debe actuar con prontitud: el Estado debe llegar al bicentenario con su territorio dominado.

Tenemos la posibilidad de poder terminar con tanto dolor y con una barbarie que en Lima apenas se conoce. Lo que hace falta es perfilar el marco jurídico que les permita a las autoridades políticas y militares golpear como corresponde. Y no voy a caer en la falsa dicotomía de que “ese” es un problema real, pues la reforma política también lo es. Lo que quiero decir es que podemos enfrentar los dos problemas a la vez. Y debemos.