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Redacción PERÚ21

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Carlos Meléndez,Persiana AmericanaEn una carta escrita desde la prisión, Alberto Fujimori se dirige al núcleo duro del fujimorismo para reivindicar (por enésima vez) el "autogolpe" de 1992. Para él, aquella decisión inconstitucional no fue un golpe de Estado sino una "medida excepcional", con el "único objetivo de preservar el Estado de Derecho y la Democracia" (sic). Fujimori considera que la Asamblea de la OEA, realizada en Bahamas días después, legitimó internacionalmente dicha ruptura institucional. Si no fuera por aquel hito –reconstruye contrafácticamente el "rehén" (sic)–, hoy no gozaríamos de estabilidad económica.

El problema para el expresidente y para los herederos de su legado, es que el 5 de abril es injustificable bajo los cánones de la política democrática. Si bien es cierto que los peruanos pertenecemos al grupo de latinoamericanos que menos apoyamos este régimen (63%, solo por encima de Bolivia, Guatemala y Honduras), el rechazo al autoritarismo (Venezuela, por ejemplo) es más sólido y compartido hoy que hace veinte años. El fujimorismo –en su intento de aggiornamiento– ha repudiado al chavismo actual. Pero para que su "giro democrático" sea convincente se requeriría un reconocimiento y un mea culpa sobre su agravio a la democracia en los noventas. Mientras su líder máximo siga 'prisionero' del 5 abril, la posibilidad de una "hoja de ruta democrática" para el fujimorismo se inviabiliza y ralentiza. Y así, el retorno al poder.