El ex vicepresidente catalán Carles Puigdemont y otros seis dirigentes soberanistas permanecen desde hace más de un año en el extranjero. (Foto: AFP)
El ex vicepresidente catalán Carles Puigdemont y otros seis dirigentes soberanistas permanecen desde hace más de un año en el extranjero. (Foto: AFP)

Quienes hayan tenido la curiosidad de ver el juicio que se está llevando a cabo ante el Tribunal Supremo español, aun sin ser expertos, habrán llegado a algunas conclusiones. Por ejemplo, lo importante que es que acusados y testigos declaren ante el Tribunal que dictará sentencia. Es la esencia misma del principio de inmediación, válido tanto en los procesos civiles –aunque parezca sorprendente– como en las causas penales.

El viejo proceso judicial escrito sucumbió ante las bondades de la oralidad (lo que vale es lo que se dice en la vista y todos tienen oportunidad de oír en forma contrastada) y en la inmediación (la prueba que se practica ante el Tribunal es la fundamental).

Entre las barbaridades ideadas por el gobierno catalán, y ante la evidencia de que el juicio seguiría su curso, se exigió la presencia de “observadores internacionales”. La negativa del Supremo no se hizo esperar. Pero, haciendo alarde de inteligencia, decidió que el juicio se transmitiría en directo. Ahora tenemos a millones de espontáneos juzgadores –el share está en un 68%– viendo día a día lo que dice cada cual; hilando cabos; oyendo las erráticas respuestas de unos, o los claros hechos relatados por otros; evasivas y negativas.

Quizás no sea fácil al Tribunal eludir la crítica si su resolución final no coincide con la de quienes, de pronto, se han vuelto sagaces penalistas o procesalistas. Pero lo que sí es palpable y ha llamado la atención es la calidad de la justicia española. Una justicia transparente, independiente, respetuosa de los derechos fundamentales y especialmente exigente a la hora de delimitar el juicio, en cuanto este debe centrarse en los hechos base de la acusación y no en las ideologías, ni en los pensamientos.

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