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Redacción PERÚ21

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Señalar con el dedo. Un acto esencialmente humano. La mano de uno que se estira. La mirada del otro que no se detiene en el límite de la extremidad, sino que sigue la línea imaginaria que la prolonga para converger con la mirada del otro en un lugar que no es ni uno ni otro. Un lugar que une dos mentes en una intencionalidad compartida que se convierte en nosotros.

Hacia los nueve meses los bebés empiezan a señalar. "Hay algo que tú no has visto mamá o que has visto, pero que no tiene en ese momento valor para ti, pero que yo quiero que mi mirada y la tuya lo conviertan en una experiencia compartida. Te muestro el peluche".

Y hacia los 12 meses, el pequeño puede entender en un juego en el que he escondido algo que le gusta, que probablemente se encuentra cerca de hacia donde mi dedo ha señalado. Es una complicidad que pone emociones, movimientos y miradas en el terreno intermedio entre lo objetivo y lo subjetivo, lo interior y lo exterior, lo concreto y lo simbólico.

Lo que se va desarrollando es una teoría de la mente: de "no ves lo que yo veo, pero te puedo ayudar a verlo", pasando por "pero al verlo desde otro lugar no lo ves como yo lo veo", hasta "estamos viendo lo mismo, pero no tiene el mismo significado para ambos".

La complicidad mental y conductual, la intencionalidad compartida, pueden producir cooperación o competencia, paz o guerra, alianza o enemistad, pero, de todas maneras, negociación.

Es lo maravilloso de los humanos y lo que, también, nos hace eventualmente capaces de lo peor: nuestra mente emerge de un mix de fraternidad y hostilidad, confianza y recelo, generosidad y egoísmo, prejuicio y tolerancia. ¡Pensar que comenzó con el dedo que señala!