Martín Vizcarra participa de su primer desfile como presidente de la República. (Renzo Salazar/Perú21)
Martín Vizcarra participa de su primer desfile como presidente de la República. (Renzo Salazar/Perú21)

Después de dos siglos, un presidente se ha dirigido a la nación con un mensaje liberal en el sentido más estricto. Usualmente, la búsqueda de mayores espacios de libertad se da en medio de una polarización maniquea en donde las derechas conservadoras abogan a favor de la libertad económica, pero mantienen distancia de las libertades civiles; lo mismo pasa con las izquierdas: pregonan mayores espacios de decisión individual, pero pretenden –a su vez– mayor intervención del Estado en la economía.

Lo que el presidente ha hecho es lo siguiente: ha colocado al ciudadano antes que al Estado. Es decir, la ley existe para proteger a los ciudadanos del poder monopólico que, dentro de una república, ejerce el Estado; muy bien. Vizcarra ha colocado al individuo por encima de esa entelequia acéfala que es el Estado y ha utilizado el referéndum como camino hacia la legitimidad del abanico de propuestas que ha presentado. Esto puede funcionar, o no. Pero al menos ha decidido enfrentarse a la tormenta.

En segundo lugar, ha planteado una dicotomía entre el Perú y la corrupción. Sin necesariamente haber evitado bemoles populistas, ha dicho que quienes estén en contra de las reformas que su administración plantee, están a favor de la corrupción que echa pus por donde se le escudriña. Este maniqueísmo muy rentable políticamente ha sido la forma como las fuerzas mayoritarias del Congreso han secuestrado el debate público, apropiándose de palabras y conceptos para nutrirlos como mejor les convenga.

Vizcarra ha roto un paradigma peruano: se puede defender una agenda de libertades económicas al mismo tiempo que una de libertades civiles. El presidente ha hablado del fortalecimiento de la inversión privada, de la lucha frontal contra el terrorismo asesino, de la inclusión de género en las políticas educativas y de la relevancia de enfrentar de manera frontal a la pandemia de violencia en contra de las mujeres. Se acabó eso de que hay que ser naranja para defender el mercado o progre para defender al ciudadano.

Ahora toca ver cómo es que traduce tanto dicho en hechos. Que el juicio del tiempo lo espera.