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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

Los límites para la expansión de nuestra conciencia están mucho más allá de las fronteras que suele marcar la sociedad. Somos más de lo que creemos poder ser. La barrera para ese crecimiento es el sinnúmero de prejuicios que la sociedad ha logrado internalizar en nuestro cerebro. Religión, ideologías y doctrinas son fuentes donde abrevar, pero no destino final. El confort de acomodar la realidad a nuestra percepción y nuestra percepción a la realidad es el enemigo que alimenta a quienes pretenden una sociedad al servicio de sus intereses. Es decir, una sociedad donde la dinámica del pensamiento se atasque exactamente allí donde comienza a asomar, luminosa, la libertad humana. Un pueblo que piensa por sí mismo es un pueblo que cree en sí mismo y apuesta por esa libertad en lo individual y en lo colectivo. Repito, en lo individual y en lo colectivo, porque, recordando al maestro Paulo Freire: "Nadie es si no permite que los otros sean".

Escuchar a algunos líderes de opinión, a través de los medios, produce pesar. Pesar por la inmensa mediocridad que ellos mismos se imponen y más pesar aún porque esa mediocridad ha sido subastada en el mercado donde se compran y se venden las opiniones que son funcionales al orden establecido. Intereses, a veces coincidentes, a veces antagónicos, crean una densa telaraña que transforma en utopía la voluntad de cambio inmediato. Solamente nos queda apostar por que la juventud desarrolle una conciencia crítica que le permita discernir –sin falsos temores– entre quienes apuestan por la emancipación de la conciencia y quienes se conforman con este remedo de civilización que tenemos.