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Redacción PERÚ21

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Ariel Segal, Opina.21 arielsegal@hotmail.com

De llegarse a demostrar que el régimen del dictador Bashar al-Assad utilizó armas químicas en el ataque que causó la muerte de más de 1,000 personas el 21 de agosto pasado, las potencias occidentales que amenazan con atacar a Siria como medio punitivo y disuasivo, tendrían que tomar en consideración muchos cuestionamientos inmediatos y de largo plazo:

-¿Pueden demostrar, realmente, que fue al-Assad quien dio la orden de utilizar este tipo de armamentos, o pudiese ser que rebeldes fanáticos islamistas de Al Qaeda u otros grupos no menos inescrupulosos que el dictador sirio, sean los responsables de la masacre (el fin justifica los medios), para que naciones occidentales debiliten al régimen aliado de Irán al cual quieren derrocar? De fanáticos se puede esperar todo, cuando ya han demostrado que están dispuestos a inmolarse o matar a sus propios "hermanos", para lograr sus objetivos.

-¿Cómo reaccionarán los musulmanes y especialmente los árabes –que en su mayoría son moderados– ante otro ataque occidental a uno de sus países en el conflicto? El odio atávico entre sunitas y chiítas es relevante solo para los islamistas radicales de estas dos ramas del Islam. ¿Se radicalizaría o disminuiría la animosidad –en muchos casos justificada– hacia occidente?

Sea quien fuere quien utilizó armas químicas, ¿puede el mundo de hoy ignorar a un régimen o grupo guerrillero, rebelde o terrorista, de manera que en el futuro otros sientan que pueden hacer lo mismo de manera impune? ¿Pueden darse el lujo las potencias del mundo de perder la credibilidad ante dictadores y fanáticos, cuando advierten contra el uso extremo de la violencia? Esta pregunta debería ser de carácter ético, pero en realidad es geopolítica, pues moralmente muchas potencias no tienen derecho a exigir a otros países comportamientos que históricamente no han tenido.