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Cada vez que un político, un analista o un periodista dice haber descifrado con claridad el futuro político de un país, miente. Si es que la afirmación se hace sobre el Perú, no es una mentira, es un descaro. Ni la más audaz de las brujas se hubiera atrevido a predecir que este 2017 iba a traer para el Perú si quiera la mitad de lo que terminó siendo: El Niño, Perú logrando clasificar a Rusia, Alianza ganando el Descentralizado (me perdonarán, pero uno tiene su corazoncito) y la danza mortal en la que las fuerzas políticas se enfrascaron este diciembre.

Hoy, Alberto Fujimori podrá caminar en búsqueda de un canillita para comprar la edición de este diario y leerla con calma. El presidente no tiene una idea clara de quiénes lo acompañarán en su próximo gabinete y los peruanos no sabemos cuántos políticos pronto caerán dentro del barril sin fondo generado por la corrupción de Odebrecht. Paolo Guerrero no sabe si se le levantará la suspensión que le impide jugar hasta poco antes del Mundial y no queda claro cómo Gareca armará el once con el que enfrentaremos a Francia y Dinamarca.

Si hace unos meses hubiese leído el par de párrafos anteriores, habría apostado cualquier cosa en contra de la veracidad de lo que digo. Pero no: aquí en Perukistán las cosas pasan así, como una garúa. Sin levantar mucho polvo y sin despertar mayores advertencias. Quizá los peruanos tenemos tan asumido esto de vivir constantemente agazapados frente al siguiente zarpazo que el destino, cabrón, puede mandarnos que ya nos acostumbramos. Hasta gusto creo que le hemos encontrado al no saber. Al se sufre pero se goza, varón elegante.

Así que para 2018 no hay nada que predecir. A hacer de tripas corazón y a esperar que la cosa venga más tranquila que este año. Que PPK encuentre a alguien que le diga que está ejerciendo un cargo político, y no la gerencia de un banco en el piso 67 de un edificio en Nueva York. Que a Keiko alguien la abrace y le diga que lo importante no es ganar, sino participar. Que a los muchachos del Congreso les expliquen que tienen un micrófono al frente, no hay que gritar. Y que a Gareca lo convoque Mefistófeles –ya qué importa– y haga brujería en Rusia.

2018: aquí vamos.