En relación con la descarada manera en que el régimen de Maduro intentó robar la voluntad popular de los venezolanos mediante un fraude mal organizado —expuesto con éxito por la oposición liderada por María Corina Machado— y la vuelta al poder de Donald Trump, es pertinente reflexionar sobre las implicancias de la posverdad en la política contemporánea.
Más allá de las múltiples explicaciones de analistas y “expertos” sobre las razones del triunfo de Trump y los republicanos, hay un asunto que inquieta profundamente a los verdaderos defensores de la democracia: Trump ganó, no a pesar de, sino gracias a la insistencia en la mentira de que las elecciones de 2020 le fueron robadas. Además, muchos de sus comentarios sobre la economía de Estados Unidos o sus declaraciones xenófobas habrían significado el fin de la carrera política de cualquier otro candidato hace tan solo unos años.
La posverdad se aprovecha de un entorno mediático dominado por las redes sociales, cuyos algoritmos refuerzan nuestras creencias previas al mostrarnos opiniones y noticias que las confirman. Esto dificulta el pensamiento crítico, el debate y la argumentación, erosionando nuestra capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso. En este escenario, populistas y autócratas encuentran un terreno fértil para consolidar su poder.
Hace más de 60 años, la filósofa Hannah Arendt advertía: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi ni el comunista convencidos, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción, y entre lo verdadero y lo falso, ha dejado de existir”. En tiempos de redes sociales, esta afirmación está más vigente que nunca y, por eso, el logro de María Corina Machado desafiando a un régimen que aún se mantiene en el poder, gracias a la violencia y el respaldo de gobiernos que también manipulan elecciones —Irán, Rusia, etcétera—, es de celebrar porque es una derrota a la posverdad.