Postulen. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Postulen. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)

Las elecciones del 26 de enero son mucho más importantes de lo que algunos quieren hacernos creer. Para empezar, tienen un valor simbólico: elegiremos al Congreso que llegue al bicentenario. Eso ya suena bien. Pero lo verdaderamente transcendental es que los nuevos legisladores tendrán la posibilidad de consolidar el nuevo rumbo político que está siendo marcado por el desplome del fujimorismo y aprismo. Tenemos la posibilidad de entrar a un periodo en el cual el mercantilismo y la mirada de corto alcance tengan dificultad para imponerse.

Aunque solo va a durar un año y medio, las circunstancias hacen que el Congreso que elijamos pueda ser más recordado que cualquier otro. Mi impresión es que será conocido como el Congreso reformista. Por eso, a los que están pensándola no lo duden, postulen. Una legión de jóvenes debería tomar por asalto las curules, acompañados por pesos pesados que sepan de ingeniería legislativa y, con ello, asegurar que se completen las reformas del sistema político y judicial. Ese sería un legado que la historia difícilmente olvidará y la mejor forma de demostrar que no necesitamos dinosaurios.

Quienes insisten en decir que ese periodo legislativo no tendrá trascendencia son los que han visto su poder escurrirse, los que no tienen posibilidades de llegar al Congreso o los que corren el riesgo de perder la inscripción en el intento. No los escuchen.

Los partidos deberían ver esta oportunidad como una transición en la que prime la agenda reformista del sistema político y judicial. Sumado, sin duda, a la necesaria fiscalización a Vizcarra y sus ministros. Los partidos no tienen que ir juntos y revueltos, ni abandonar sus agendas, que les dan identidad propia, pero sería una pérdida de oportunidad terrible si colocan estas últimas sobre la agenda mayor.

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