(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Cuando mis hijos eran niños, para que no se aburrieran en viajes largos, les hacía contar autos rojos, caballos, perros. A veces tenía que poner la cosa difícil y premiar al que viera una vaca verde. No había muchos recursos. Hoy se puede ver películas; competencia dura para los “cuentos de cri-cri” que hace poco encargué a México en una moderna versión de CD de audio. Confieso: cero éxito.

Así como cientos de opciones de entretenimiento gracias a la tecnología, tenemos cientos de opciones para proyectos que generan empleo e ingresos desde su construcción hasta su cosecha. No solo es minería: hay grandes irrigaciones que permitirían elevar el éxito de la agroexportación. Tenemos un potencial maderero que, bien manejado, permitiría preservar bosques que hoy se depredan; proyectos de transporte: metro, aeropuertos, carreteras, puentes (no reemplazados tras haberse caído o desplomado), vías que beneficiarían a millones de personas que se trasladan durante horas con riesgo de accidentes.

Necesitamos hospitales, escuelas y guarderías. Y ni siquiera empezamos. No es por falta de dinero: el presupuesto público lleva vergonzosos retrasos en su ejecución y los privados esperan autorizaciones y decisiones. Hay ganas de invertir; quizá no por mucho tiempo.

Cuando hubo hiperinflación, quienes más sufrieron fueron los que no podían ajustar ingresos a la velocidad a la que subían los precios: los asalariados y los más pobres perdían cada vez más. Hoy, quien más sufre es aquel con poca capacidad para colocarse, reinventarse o vivir de sus ahorros hasta que se haga ese proyecto que no salió. Mientras, los tres poderes (ninguno se salva) juegan a ponerle la cola al burro; o a la gallinita ciega, para evitar malentendidos.

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