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El Gobierno ha anunciado que quiere aumentar el sueldo mínimo. Lo hará contra la evidencia procesada por Miguel Jaramillo de GRADE y Nikita Céspedes del BCRP, trabajos internacionales liderados por el nobel James Heckman, entre otros. No hay que tener un nobel para tomar las encuestas de empleo y constatar, matemáticamente, que un aumento del sueldo mínimo incrementa la informalidad, empeora la distribución del ingreso, y no induce aumentos de otros sueldos bajos. La razón es muy simple: el Perú es la quinta economía más informal del mundo. La productividad del trabajo es muy baja.

En promedio, tres de cada cuatro peruanos son informales. La de quienes tienen menores oportunidades supera el 95% en algunos casos. El mínimo ya es un sueño para ellos. Les subirán la valla. Por eso es ridícula la propuesta del CNT de aumentar el mínimo según la productividad. El mercado laboral está en cualquier cosa menos en equilibrio. La propuesta del CNT equivale a condenar a cientos de miles, o peor, a la informalidad. ¿Y para qué? Para que miles que ganan el mínimo en empleos formales se beneficien.

Es lamentable que un gobierno encabezado por un economista distinguido proponga populismo así de ramplón, que cualquier chiquillo de la UNI puede desbaratar. Y no es el único caso. El aumento de los subsidios a la vivienda es una grosería, cuando no hay planes urbanos, y los alcaldes siguen trabando a los dirigentes que buscan títulos para sus pueblos. Quieren afiliar al SIS completamente subsidiado a mototaxistas, que pueden pagar y no son prioritarios. Andamos concentrados en la politiquería. Ni hablamos de la precariedad de las políticas públicas. Este es un ejemplo.