Popularidad y populismo
Popularidad y populismo

La decisión del presidente Nayib Bukele, de reemplazar a todos los jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al fiscal general de El Salvador Raúl Melara, sustituyéndolos inmediatamente, es un golpe de Estado desde el poder gracias a los votos de los recién elegidos parlamentarios (mayoría absoluta de su partido), que desmembraron a dos instituciones independientes del Ejecutivo y el Legislativo, sin respetar los plazos que les correspondían a estos miembros del Poder Judicial.

Lo ocurrido es una prueba más de que el autoritarismo puede ser de derecha, de izquierda o simplemente personalista, que aprovechando una popularidad coyuntural, cualquier presidente puede patear el tablero de la democracia. Lo hizo Alberto Fujimori al cerrar el Congreso de Perú en 1992; lo intentó el expresidente hondureño Manuel Zelaya al convocar a una ilegal Asamblea Constituyente en contra de la decisión del Congreso y de la Corte Suprema de su país y también Evo Morales cuando intentó robarse la elección de 2019 en primera vuelta.

La tesis del populismo (el autoproclamado “mesías” que dice representar al pueblo) se basa en la popularidad inicial de quienes quieren ser caudillos y autócratas, pero la democracia implica también el respeto a la institucionalidad. Eso no lo entiende Bukele, quien llegó al poder en 2019 en El Salvador, y luego de fracasar en su intento de pasar una ley enviando a miembros del Ejército al Parlamento, en febrero de 2020, para presionar a los congresistas a financiar su estrategia de seguridad, ahora se impone por una vía, aparentemente, constitucional.

Por eso, especialmente en América Latina debemos estar atentos al contenido y métodos de candidatos electorales, no vaya a ser que pase como a los venezolanos, que decían “eso no va a pasar aquí, no somos Cuba”.

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