Hacen muy mal todos los congresistas de los partidos que iniciaron, continuaron y consolidaron el modelo económico que hoy tenemos en darles la espalda a sus propios postulados e ideas en materia de promoción del empleo al cambiar repentinamente de opinión, y pasar –en el caso del régimen especial laboral juvenil– del apoyo con votos al rechazo total.
Fujimoristas, toledistas y apristas –en orden de aparición– han dado y darían medidas con el mismo espíritu y objetivo que esta, con ligeros matices y con cambios en los rangos. Pedro Pablo Kuczynski también lo hizo y lo volvería a hacer.
Regímenes de empleo temporal o con condiciones especiales que tomaban distancia del régimen general las hemos visto en todos los gobiernos desde los años 90 y ninguna de esas tres agrupaciones salió a las calles para reclamar de la manera como hoy lo hacen. Cambiar de posición así no es serio. Están haciendo lo mismo que le han criticado estos tres años a la administración de Ollanta Humala: avanzar y retroceder.
Pero hace también muy mal el gobierno en atacar e insultar a sus detractores, y atrincherarse en su posición sin dejar siquiera una ventana abierta para el diálogo y la búsqueda de acuerdos mínimos. La norma no es perfecta y ha generado comentarios y críticas de varios sectores, y no solo de los contrincantes políticos del gobierno.
Negarse a escuchar, a recibir aportes y contraatacar sin argumentos sólidos reemplazándolos con adjetivos no es lo más razonable ni lo más adecuado cuando se es gobierno. Sobre todo, cuando se tiene un historial corto, pero muy rico en avances y retrocesos, como en el caso de la compra de Repsol, el aporte de los independientes a las administradoras de fondos de pensiones, y un largo etcétera. Hacer las cosas de esa manera no es hacer política.
Ambas partes hacen politiquería. Unos por puro interés y por ganarse alguito para el 2016; y el otro por actuar con soberbia y altanería. Lamentablemente, ninguno piensa en el país.
