Alan García dice que hay una "obsesión" para incluirlo en el informe Lava Jato. (Perú21)
Alan García dice que hay una "obsesión" para incluirlo en el informe Lava Jato. (Perú21)

Siendo candidato a la presidencia en 2016, Trump afirmó en una entrevista a Bob Woodward (conocido por destapar el sonado caso Watergate y un ícono del periodismo de investigación) que, para él, el verdadero poder proviene del miedo. Por lo menos en esto Trump fue sincero, pues es lo que finalmente incita con cada declaración vinculada a los migrantes latinos, los musulmanes o la prensa, a la que acusa de engañar a la población. Lo mismo hacen Maduro y, ahora, Bolsonaro, por poner un par de ejemplos más cercanos.

El miedo como estrategia política no es cosa nueva. A lo largo de la historia se ha usado para movilizar a la gente, ya sea para que voten en un sentido, acepten políticas que en otras circunstancias rechazarían o acorralen a una minoría sin derechos. El miedo ha sido por siempre la punta de lanza cargada de veneno para tener sometida a la población o para evitar cambios al statu quo. Es un recurso político del que no estamos libres en Perú.

Cuando el ex presidente García dice que habrá golpe, busca sembrar miedo. Lo mismo cuando unos despistados acusan a Vizcarra de chavista o cuando opinólogos supuestamente informados afirman que la izquierda estatista ha estado gobernando el país, a pesar de que el Perú debe de ser uno de los países que más establemente se han mantenido entre la derecha y el centro durante las tres últimas décadas. El miedo también es el lenguaje de grupos radicales como el de Con Mis Hijos No Te Metas y sus similares, que azuzan la desconfianza al cambio, discriminando y violentando en el camino a quien le toque.

El miedo se ha vuelto la gasolina de buena parte de la fauna política local que, escasa de argumentos y cargada de cinismo, encuentra en él el camino más corto para lograr sus objetivos políticos. Sin miedo, no existen.

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