(PikoTamashiro/Perú21)
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Los millones repartidos por Odebrecht y las empresas brasileñas en el Perú resultaron siendo afrodisíacos, irresistibles y corruptores de la moral pública y la ética personal. Los que más cacareaban en contra de la corrupción resultaron los más embarrados… y de qué nauseabunda manera. El dinero de Lava Jato ensució a una buena parte del Perú, irremediablemente. También metió su nariz en los medios de comunicación y entre los periodistas.

Un día, durante la revocatoria a Susana Villarán, ex alcaldesa de Lima, un brasileño de Odebrecht le propone al colega Aldo Mariátegui coimearlo dictando algunas charlas al precio que él pusiera. Este se resistió a semejante soborno y acabó mal. Perdió su trabajo y terminó afrentado por investigar la oscura contabilidad del movimiento No a la revocatoria. Nadie en la prensa lo respaldó, salvo solidaridades individuales. Pero muchos medios apoyaron incondicionalmente a Villarán, aunque hacer política no sea su función.

La ex alcaldesa sostiene que no se comunicó nunca con el corruptor brasileño Jorge Barata y que está ajena a toda mordida. Nadie le cree porque los hechos son más claros que el agua de manantial. Están los onerosos peajes de Rutas de Lima y Línea Amarilla de Odebrecht y OAS. Todo en el mismo momento de la revocatoria. Amén de la costosísima campaña financiada con la oscura “Caja 2” de Odebrecht y las confesiones de Barata y Valdemir Garreta de haber apoquinado US$3 millones. Parece seguir los pasos de Nadine Heredia, que negó su letra en sus agendas hasta que la realidad, como siempre ocurre, se impuso.

Los políticos cercanos a la campaña contra la revocatoria no pueden hacer la de Pilatos. Fueron obsecuentes con la corrupción. No hay una villana en esta tenebrosa historia, son muchos. Quienes participaron también son feroces antifujimoristas y endilgan el mote de corruptos al resto de la clase política. Han quedado chamusqueados, desacreditados y evidenciados.

Algo bueno tendrá que salir de tanta deshonestidad. Tal vez la polarización y la virulencia contra el fujimorismo, el Apra y, por cierto, Luis Castañeda no tenga más juego. Tal vez el odio contra el adversario, inculcado intensamente por Ollanta Humala, Nadine Heredia y Susana Villarán, disminuya y nos convirtamos en un país con ciudadanos tolerantes, sin adhesiones basadas en la animadversión y el encono.

Tal vez la prensa aprenda a no ser partidaria de político alguno, ni vehículo de la diatriba contra un sector. Y que los periodistas que no se alinean con uno ni con otro puedan realizar su función: informar. Quienes de alguna manera hemos pasado lo que le ocurrió a Mariátegui sabemos lo que es la arbitrariedad y lo nefasto que resulta el peso del poder en nuestra labor.

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