A 2023, la línea de pobreza monetaria, una de las estadísticas que sirve para determinar quién debe ser considerado pobre y quién no, fue de S/446 mensuales por habitante. En el caso de la pobreza extrema, la línea fue de S/251 al mes. En ese periodo, se determinó que el 29% de la población peruana (9.7 MM de personas aproximadamente) vive con menos de S/446 al mes y, peor aún, 1.9 MM de personas viven con menos de S/251 al mes (5.7% de la población). Casi dos millones de peruanos viven con menos de S/250 al mes. Es muy importante resaltar que, para esta fría estadística, si tu gasto es S/10 mayor de S/446 al mes, ya no eres considerado pobre. Saquen sus propias conclusiones. Sin embargo, ciñéndonos a la estadística, entre ambas líneas, pobreza y pobreza extrema, podemos determinar que en Perú casi el 35% de peruanos y peruanas viven en esas condiciones. Ahora, ¿a dónde te puede llevar ese nivel de pobreza?: a la delincuencia. Es una relación muy estrecha. No digo que el origen de la violencia sea únicamente la pobreza o que la pobreza indefectiblemente te lleve a la delincuencia, en lo absoluto; pero de que la relación es estrecha, lo es. ¿Qué frena a un país como Perú, con ingentes cantidades de mineral y de gas, y tan atractivo turísticamente? ¿Qué hace que un país que se codea con los mejores en exportaciones no tradicionales o en pesquería tenga esos niveles de pobreza? Entre otras muchas variables, un bajísimo nivel formativo del recurso humano que se requiere para poner en marcha grandes emprendimientos. ¿Y qué hace que tengamos este paupérrimo nivel educativo? La corrupción. Si toleramos la corrupción, toleramos la pobreza; y si toleramos la pobreza, toleramos la delincuencia. Tolerar es complicidad. En suma, que un país como Perú tenga que encontrarse en un escenario donde más de un tercio de su población vive con menos de S/446 mensuales es un sacrilegio, un sacrilegio que cometen unos pocos y que toleramos casi todos.
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