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Redacción PERÚ21

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Fernando Ortega,Columnista invitadoEl informe técnico del INEI titulado "Evolución de la pobreza monetaria 2009-2013" nos dice que poco menos de 7.3 millones de peruanos siguen viviendo por debajo de la línea de la pobreza monetaria; es decir, no tienen ingresos suficientes para cubrir una canasta mínima familiar. Esa cantidad representa casi una cuarta parte de nuestra población.

Como sucede con toda cifra, se puede leer de diversas formas, pero lo que representa es siempre el pasado y sirve para medir el resultado de las políticas sociales de este y anteriores gobiernos. Pero, ¿y el futuro?, ¿los pobres de hoy están condenados a que sus hijos sean los pobres del mañana?Las regiones con mayores índices de pobreza (Cajamarca, Huancavelica y Apurímac) cuentan con riquezas que deberían haberlas sacado de esa injusta situación: la tantas veces satanizada minería y la agricultura de altura (ecosistemas de más de 3,000 m.s.n.m.).

No me voy a pronunciar sobre la minería, y la dejaré para otro comentario, pero sí quiero referirme al potencial de la agricultura de altura, que muchos consideran no apta para desarrollar una actividad rentable. Estas zonas requieren un cambio de paradigma: no importa la cantidad, sino la calidad. Y en estos lugares debemos dejar de lado las políticas tradicionales que tienen altos componentes de asistencialismo para aprovechar al máximo estos recursos mediante el uso de tecnología de punta.

Por ejemplo, ¿por qué contentarnos con exportar quinua en grano si todos saben que la importancia nutricional de este producto andino radica en su contenido de aminoácidos esenciales (lisina, leucina, isoleucina), presentes no solo en el grano sino hasta en sus hojas? En la sierra no deberíamos tener esa cantidad de pobres si a nuestros productos tradicionales les aplicáramos tecnologías de avanzada para extraerles lo que el mercado global realmente demanda, como la vitamina A del aguaymanto. Si seguimos exportando materias primas, la pobreza jamás va a ser erradicada.