En 1997, el gobierno de Fujimori enrejó la plaza Bolívar (Juan Ponce/GEC).
En 1997, el gobierno de Fujimori enrejó la plaza Bolívar (Juan Ponce/GEC).

A Daniel Salaverry no le quedaba otra que autorizar que el colectivo que organiza la Marcha del Orgullo LGTBI tenga un acto simbólico en la plaza Bolívar, en la mismísima puerta del Congreso. Su margen de maniobra estaba reducido al mínimo. Solo hace un mes atrás su despacho le había cedido esa plaza a los de Con Mis Hijos No te Metas, donde, además, los congresistas cercanos a este movimiento conservador les montaron un escenario para que se despacharan a su gusto.

Ese hecho generó un precedente que ahora sería imposible desconocer, pues desde que la plaza Bolívar fue cercada en los noventa, nadie había podido manifestarse de esa forma ahí. Si un movimiento como CMHNTM pudo manifestarse a sus anchas en ese espacio, ¿cómo un colectivo que busca ampliar derechos no lo podría hacer?

En realidad, la plaza Bolívar siempre debió estar abierta. Sin embargo, si no fuera por el privilegio que se le dio a CMHNTM, con seguridad Salaverry no se habría atrevido a abrirla. ¿Les agradecemos a los Rosas y Arimborgos?

Pero esta es la segunda vez en el año que todo les sale al revés. En abril, gracias a sus mentiras y exageraciones con las que hicieron de la educación sexual una tendencia nacional, Ipsos arrojó que un 82% de peruanos estaban convencidos de la necesidad del enfoque de género. A lo mejor, luego de esto, el apoyo al matrimonio igualitario y el rechazo a la discriminación también incrementarán.

Este es buen pretexto para evidenciar las contradicciones del movimiento antiderechos, que, impulsado por el fanatismo, busca imponer una agenda con el único propósito de arrinconar a cientos de miles. Que se abra la plaza Bolívar tiene un valor simbólico, pero este es un debate de derechos que tiene que ganarse en la arena legislativa.