(Foto: Leandro Britto / GEC)
(Foto: Leandro Britto / GEC)

El cierre obligatorio de los domingos vuelve a poner en la picota –entre otros rubros que sentirán también la pegada– a restaurantes y cafeterías, que, tras la autorización para reabrir parcialmente sus salones bajo estrictos protocolos de seguridad, apenas si comenzaban a recomponer su oferta, intentando adaptar cocinas e instalaciones a los duros tiempos que corren.

Para empezar, sucede que en el Perú no son muchos los establecimientos que cuentan con terrazas para atender al aire libre, como se acostumbra en capitales europeas, cuya habilitación se recomienda ahora para mitigar el flujo del virus en estos espacios, al contrario de los locales cerrados, donde la única posibilidad de lograr un efecto aproximado es reduciendo drásticamente el aforo, con mesas muy separadas entre sí. Las opciones, entonces, –fuera del delivery, al que tampoco es nada fácil adaptarse sin afectar los estándares de calidad– ya eran bastante limitadas al reiniciar actividades. Y ni qué decir de la prohibida jornada dominical, día familiar por excelencia, que suele representar alrededor del 25% de los ingresos semanales de cada restaurante.

La medida es, pues, un nuevo mazazo para el sector. Son atendibles las razones expuestas por el Ejecutivo, que las reuniones caseras entre familiares o amigos –en las que los cuidados sanitarios se relajaban a extremos de irresponsabilidad– han sido detonantes en el aumento de contagios, pero, al mismo tiempo, se debería tener en cuenta que es justamente en los establecimientos públicos, formales, donde las disposiciones sí se observaban con rigor, o al menos eran pasibles de seguimiento y control de las autoridades.

Sería un importante gesto de parte de este gobierno extender algún tipo de apoyo –ya que el Reactiva Perú 2 los dejó fuera del paquete– para lo que es una industria cultural de bandera en el exterior, integrada por 220 mil restaurantes formales en todo el país, que, con las recientes disposiciones, estarán pagando los platos rotos de una necedad colectiva que le es completamente ajena.


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