La semana pasada el ex tesorero internacional de Odebrecht Luiz da Rocha Soarez detalló ante fiscales peruanos que Miguel Atala recibió US$1'300.000 por un contrato ficticio. (Foto: GEC)
La semana pasada el ex tesorero internacional de Odebrecht Luiz da Rocha Soarez detalló ante fiscales peruanos que Miguel Atala recibió US$1'300.000 por un contrato ficticio. (Foto: GEC)

Finalmente comenzó a salir a flote la verdad respecto a las coimas que circularon durante el segundo gobierno aprista. Ya con el testimonio de Jorge Barata en Curitiba, la posición del difunto Alan García Pérez había quedado muy comprometida.

Pues bien, uno de esos vocalistas comenzó a cantar, y con claridad meridiana. Aunque reconoció tener miedo de la así llamada “fuerza de choque aprista” con que lo habrían amenazado, Miguel Atala Herrera confesó haber sido testaferro del expresidente, a quien, además, según dijo, hizo entregas personales de dinero en distintas oportunidades y en lugares como sus dos casas, Palacio de Gobierno o la Universidad San Martín de Porres.

A punto de ir a la cárcel, Atala no quiso inmolarse como Agustín Mantilla, quien sí purgó prisión por culpas propias y ajenas, luego del primer gobierno de García Pérez. Mantilla, como se sabe, murió sin la fortuna que se le acusó tener, pero convertido en símbolo de la “lealtad aprista”. El exvicepresidente de Petroperú, en cambio, prefirió confesar y contarlo todo.

Hace bien la Fiscalía en tomarle la palabra a Atala y pedir protección para su vida. Como hizo bien en solicitar la detención preventiva de Alan García aquel infausto 17 de abril, pues el cerco de la investigación se estaba estrechando. Lo que ocurrió aquel día fue de absoluta responsabilidad del expresidente.

Por mucho que lo negara una y otra vez, incluso con creciente agresividad, la acumulación de evidencia ya jugaba en contra del exmandatario y, luego del frustrado intento de asilo, parecía haberse quedado sin otra escapatoria que enfrentar a la justicia, pero, a su modo, él se las arregló para evadirla.

A diferencia de cómo se recuerda a Haya de la Torre, Manuel Seoane, Armando Villanueva o Luis Alberto Sánchez, por mencionar solo a algunos connotados líderes apristas, el juicio de la Historia –al que Alan García Pérez solía apelar como instancia máxima y por encima de la justicia peruana– difícilmente podrá ser benévolo con él. Parafraseándolo, la plata no llegó sola.