El presidente Martín Vizcarra se pronunció también por la situación del ministro Carlos Bruce. (Foto: GEC)
El presidente Martín Vizcarra se pronunció también por la situación del ministro Carlos Bruce. (Foto: GEC)

Está claro que, pese a los altos niveles de aprobación, aunque en caída, del presidente Vizcarra, no parece haber un intento serio de hacer reformas profundas. El objetivo de estas debería ser elevar la productividad de la economía y que el bienestar se extienda cada vez a más ciudadanos. Ninguna de las dos cosas está ocurriendo.

La teoría señala que cuando la popularidad presidencial es alta, la probabilidad de hacer reformas crece. Pero en el Perú no se cumple. Si revisamos los gobiernos de este siglo, con alta o baja aprobación, las reformas ni siquiera se discutieron, más allá de algunos centros académicos.
En el Perú no hay partidos políticos y el presidente gobierna con un Congreso de oposición. Es natural que quiera preservar su capital político. Mientras menos toque temas sensibles, mayor probabilidad de sostener una aprobación cercana a 60%.

El problema con ese argumento es que, como nuestra historia enseña, al final cae la popularidad. Y si la población no percibe mejoras en su vida, identificará la falla con el presidente. Fíjense los casos de San Juan de Lurigancho y el agua, los conflictos mineros como el de Las Bambas y el crecimiento de la inseguridad ciudadana, por dar algunos ejemplos.

Toda reforma es un cambio, por lo que en el corto plazo origina ganadores y perdedores. Por ello se requiere una adecuada comunicación sobre qué y cómo se hará y en cuánto tiempo veremos resultados. Los consensos son básicos. Al final, las reformas son positivas.

El problema es que un presidente sin partido, como ocurre hace años en el Perú, no tiene el soporte institucional para hacerlas. Entonces, parece que solo le queda jugar al empate hasta 2021, pues da la impresión de que el empate sería leído como un triunfo.

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