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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Todos mis héroes literarios son unos huevonazos. Como yo. Eso me lo hizo notar hace poco mi buen amigo Flu, con quien siempre converso de libros. Esa vez hablábamos de No me esperen en abril y él dijo que si hay alguien a quien querer en esa novela es a Tere Mancini. No a Manongo. Manongo es un orate y atormenta a la pobre Tere que no tiene la culpa de tener esos brazos tan ricos y de ser feliz. Pero el día en que yo conocí a Bryce, le dije que mi segundo libro se lo iba a dedicar a Manongo. Y así lo hice. Se lo dediqué a Manongo, a Holden Caulfield y a Pichulita Cuéllar: un bello trío de cojudos. Lo hice porque esos tres colegiales deprimidos, asustados y hartos del mundo lograron que yo estuviera menos triste, menos asustado y menos harto del mundo. Solo ahora me doy cuenta de que estaban locos. Y lo confirmo cuando escucho a mis alumnos hablar de ellos. Me dicen: Profe, a la franca, ese guardián entre el centeno ya necesita que lo desahueven. También destrozan a Henry Chinaski, a Carrie y a Holly Golightly de Desayuno en Tiffany's. Yo les quiero meter un hachazo porque amo a esos personajes, pero los escucho y me doy cuenta de que a veces tienen razón. Porque aunque yo ya no estoy harto del mundo como Holden, ni quiero incendiar mi colegio como Carrie, todavía soy como Holly, la salvaje chica de Capote que vive escapando de los brazos que la quieren cuidar. ¿Por qué crees que Holly libera a su gato en un basural en la escena final?, le pregunto a una alumna. Ay, porque es una cojuda y dice que no quiere estar atada a nada. ¿Y por qué intenta recuperarlo luego? Profe, porque los lazos de cariño nacen aunque no queramos. No importa que ella se creyera libre y por eso no quisiera ponerle nombre a su gato ¡Era su maldito gato! ¡No debió abandonarlo! ¡Era lógico que lo extrañase! Mi alumna se va. Le pongo la nota pero soy yo quien aprende la lección. Porque en ese momento ya no soy su profe. Soy Holly descubriendo que realmente soy una cojuda. Y pienso en aquel gato que abandoné por miedo. Y que luego traté inútilmente de recuperar.