Fujimori era un estatista en el fondo (como casi todos los ingenieros), que creía que desde el sector público se podía moldear y dirigir la economía. Lo que privatizó lo hizo a regañadientes (como bien lo contaba Abusada) y por presión del FMI, Boloña y Camet. Si bien algunas ventas espectaculares (como los US$2,002 millones que absurdamente Telefónica pagó por la calamitosa CPT. ¡Eso no valía más de US$800 millones!) y la aceptación de las privatizaciones en las encuestas (70%) le hicieron menos arisco, Fujimori en su segundo gobierno prácticamente paralizó el proceso, con la complicidad de ese falso valor de González Izquierdo (que lideraba el proceso como ministro de Trabajo).

Es por eso que lamentablemente Fujimori no privatizó a dos empresas estatales absolutamente nefastas –por corruptas, costosas e ineficientes– como Sedapal y Petroperú y hasta hoy sufrimos las consecuencias. Mientras que Fujimori mismo paró la concesión de Sedapal en el último minuto, respecto a Petroperú dejó todo a la mitad: solo privatizó La Pampilla, algunos campos y los grifos, dejando intactas las refinerías de Talara, Conchán e Iquitos, amén del oleoducto y la absurda torre faraónica sanisidrina, cuando debió vender hasta el último tornillo y librar al Perú para siempre de ese desastre, que solo ha servido para generar escándalos en todos los gobiernos: “Petrojuerga” y “Petropalacio” con Toledo, “Petroaudios” con García, despilfarro multimillonario en Talara con Humala y ahora este “Pedroperú” de Castillo.

Lamentablemente, con lo necia e izquierdista que se ha puesto ahora la gente ya no se va a poder clausurar a este engendro. Y el tan necesario proceso de privatizaciones recibió su estocada final por culpa de los arequipeños, que salieron a matarse a las calles en al año 2002 por una porquería como EGASA. ¡Pocas veces he visto una estupidez colectiva más grande!

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