Perversión de los derechos. (Getty)
Perversión de los derechos. (Getty)

Tuve un pequeño choque y la contraparte no puede creerlo cuando le pregunto, antes que nada, si está bien, asumo mi culpa, pido disculpas y corro con los gastos. Días después, mi hijo, en una celebración con sus patas, le tira un globo de agua al vecino y sale corriendo; le digo que regrese y se disculpe; lo hace. El vecino casi lo abraza.

Me pregunto por qué a la gente le desconcierta que uno haga lo que tiene que hacer. Mi primera hipótesis es cultural-idiosincrásica: en el Perú estamos acostumbrados a la criollada, nadie espera nada bueno del otro, etc. Pero unos días después me topo con una noticia que, aunque sucede también en el Perú, se enmarca en un contexto más amplio, el de la retórica global de los “derechos” sin responsabilidades. Una corte peruana decide que insultar en redes sociales a la empresa empleadora no es causal de despido.

Se entiende que prevalece el derecho a la libertad de expresión. Pero toda libertad viene con una responsabilidad. Y lo digo como expresidente del Consejo de la Prensa Peruana y exmiembro del comité ejecutivo de la SIP. Porque cualquier cosa que uno exprese libremente trae consecuencias, y debe asumirlas.

Pero cuando todo se asume como un “derecho”, o sea, como una prerrogativa exigible incondicionalmente, desaparece la responsabilidad de asumir las consecuencias de las decisiones. Y lo más grave: se socavan derechos del otro; en el ejemplo, se impone al empleador la obligación de lidiar a diario y pagarle a quien lo ha insultado. Es la perversión de la moral, la incubación de seres irresponsables (por tanto, no ciudadanos). Y lo peor es que cada vez más se cría así a los niños: haciéndoles creer que tienen derecho a todo, pero no son responsables de nada.

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