André Carrillo anotó el 1-0 ante Australia. (Reuters)
André Carrillo anotó el 1-0 ante Australia. (Reuters)

Durante los 33 años que estoy en el periodismo abordé muchas veces el tema del fútbol. En una ocasión, 17 años después del arquetípico Mundial de México 70, entrevistamos al entonces entrenador Oswaldo ‘Cachito’ Ramírez, quien, en alusión a la indisciplina del jugador nacional, dijo que estaba acostumbrado a tomar de desayuno Inca Kola con ‘chancay’. Fue hace un buen tiempo y probablemente no ocurre más.

Luego vino la época de Vladimir Popovic, Julio César Uribe y Juan Carlos Oblitas. La animosidad contra estos tres caballeros era inmensa. El periodismo deportivo hacía gala de excesos y de agresividad. El insulto más popular era ‘¡baboso!’. Frecuenté a Popovic fuera del set: un hombre fino, educado y su mujer también. El yugoslavo estaba ‘chocado’. Cada vez que la selección perdía, el ‘callejón oscuro’ contra él resultaba feroz, incluyendo el acre cuestionamiento a su salario, sin dejar de lado la xenofobia.

Uribe y Oblitas, por separado, reaccionaban a los ataques con comprensible fastidio. Participaron en debates durísimos, ofensivos. Como lo haría cualquiera, su defensa era también belicosa. Después de esos años conocimos los ‘destapes’ sobre los miembros de la selección. Los ataques a los llamados ‘jugadorazos’, dirigentes incluidos, fueron rentables para ciertos medios.

Hoy estamos absolutamente beatíficos. Perdimos dos partidos, ganamos uno y salimos del Mundial. Pero la emoción nacional solo dice “bonito, todo me parece bonito”. Se habla de pundonor, de que, por lo menos, los ‘muchachos’ nos dieron un momento de alegría. Los hinchas de la selección, quienes con esfuerzo o no llegaron hasta Rusia, se volvieron vistosos y hasta famosos.
Siempre habrá un maledicente que baje las cosas a la cruda realidad y diga que esos hinchas envanecidos se comportan muy diferente en Perú. No tienen un átomo de civismo, no respetan las normas, botan basura donde sea, no consideran al prójimo, son violentos muchas veces.

Por último y no menos importante, estamos quienes después de haber visto harto tema pelotero, nos preguntamos si la comprensión y la complacencia continuarán. La frustración saldrá por algún lado, sentencian algunos. De hecho, al otear nuestra vida política, observamos una actitud caníbal y destructiva, una guerra de todos contra todos.

Si el desempeño de la selección sirve para ser orangutanes en la vida política, llenos de ira y de furia, avizorando una explosión que puede llegar en cualquier momento y, de otro lado, somos tolerantes, unitarios y llenos de armonía para un equipo de fútbol, es un riesgo. La dicotomía es peligrosa. Será mejor salir de la euforia deportiva rápidamente. Como para recordar el dicho: del agua mansa me libre dios, que de la brava me salvo yo. Difícil, pero ojalá el desempeño de la selección (solo hay una) nos pacifique y reconcilie.