Funeral de Alan García
Funeral de Alan García

La muerte de Alan García es una tragedia. Estamos en la obligación de respetar y comprender el dolor, la rabia y la frustración de su familia y amigos. Eso no impide pedir un poco de cautela a los militantes del Apra, en quienes hoy recae la responsabilidad de sacar adelante el partido que fundó Víctor Raúl Haya de la Torre.

No me imagino al buen Víctor Raúl aplaudiendo las virulentas reacciones contra el equipo de fiscales y los periodistas que investigan los indicios de corrupción durante el segundo gobierno de su discípulo predilecto.

Quienes hemos tenido a familiares perseguidos o sufriendo encierro por defender los ideales de Haya lamentamos que se quiera confundir o utilizar políticamente la fatal decisión de García para desnaturalizar el trabajo que el Ministerio Público está en la obligación de concluir.

Recordemos que desde el final de su primera administración, las propias bases marcaron la línea divisoria entre el hayismo y el alanismo.

Quitarse la vida fue una decisión personalísima de Alan García. Triste, lamentable, pero propia. Tal y como lo fue el inicio de su carrera política y las veces que decidió tentar la presidencia. También la forma en que utilizó el poder las dos veces que los peruanos le confiamos nuestro destino. Para bien o para mal.

Nadie como él mismo conocía las responsabilidades que ungirse la banda acarreaba. Pensar lo contrario sería subestimar su inteligencia.

No era esta la primera vez que García enfrentaba cargos por corrupción. Tampoco el primer pedido de asilo el que solicitó al Gobierno uruguayo.
Sí en cambio parece haberse sentido solo y cercado. Juzgarlo no es el objetivo que debiera ocuparnos hoy. A la familia le toca el duelo. A la militancia, la reorganización. A la justicia, la búsqueda de la verdad. Al país, mirar el futuro con esperanza.

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