El ex presidente Alan García. (Mario Zapata)
El ex presidente Alan García. (Mario Zapata)

Ayer por la noche, un amigo me decía que hemos crecido con él, que marcó nuestras vidas. Para mal o para bien, según el caso. Y que se vaya así, de forma tan teatral, no podía dejarnos indiferentes. Ni a quienes lo detestan ni a quienes lo admiran. Tampoco a los que tenemos una imagen minusvalorada de él. García no fue el líder que llevó al Perú a otro nivel. De ninguna manera. Aunque debo reconocer que, para estas tierras, fue un personaje excepcional (de la persona no puedo hablar). Miren nomás la consternación nacional de estos días.

En fin, no fue un gran líder. Su primer gobierno fue apocalíptico y dio lugar al reformismo corrupto de Fujimori. Millones de familias nos fuimos a la bancarrota. El Estado también. Nunca enfrentó ni aclaró las acusaciones que por entonces se le imputaron. Como ahora que tampoco podrá desmentir los indicios de su relación negativa con Odebrecht. Su segundo gobierno fue regular entre otros gobiernos igualmente medianos y salpicados de corrupción. Mientras se afanó en dejar mucha obra, mantuvo el barco a flote. Pero fue un capitán que no propuso un horizonte. No ventiló ambiciones colectivas. Su redención consistió en administrar este barco estatal de segunda mano minimizando riesgos, cuidando que el bendito piloto automático no se desconectara. Mucha palabra, escasa épica.

Por eso, cuando leo su carta, me quedo con la impresión de que tenía una apreciación sobrevalorada de él. Y con él, los suyos. Habla de sí en tercera persona, como esos actores que tienen inseguridades jodidas sobre el escenario y necesitan que el personaje los tome absolutamente. Habla un caudillo. Un personaje que se sentía histórico. Alguien que no creía merecer la banalidad y envidia de sus opositores. Sin embargo, también se sugiere que tenía, en su fantasía, terror de volverse humano. Que no estaba listo para enfrentar ningún tipo de humillación. Para sí, el altar; no un viacrucis.

Un político que no estaba dispuesto a enfrentar a sus opositores desde la debilidad. Menos ahora que venía encabezando desde hace algunos años el primer puesto de la impopularidad, ahora que venía de cometer uno tras otros errores elementales de estrategia política, ahora que había perdido capacidad de influencia dentro y fuera del país y ya no podía asilarse ni huir a ningún lado. Un político sobredimensionado, a punto de ser mortalmente derrotado. Que descanse en paz.