El primer ministro británico Cameron respondió, sin embargo, a la manera grosera con la que los ingleses condujeron su pasado de potencia colonizadora: "Es absolutamente necesario que Gran Bretaña mantenga aviones y tropas" en las Malvinas y "que (haga saber) que está dispuesto a ir a la guerra". Grotesco, anacrónico, desorbitado. ¿O es un discurso para distraer a una población profundamente disconforme con la realidad en la que las doctrinas económicas en boga la han colocado? El canciller argentino respondió exigiendo que "no se usen los pacíficos reclamos argentinos contra el colonialismo para seguir sosteniendo la industria armamentista". Y esa es otra cara importante de la verdad. Gran Bretaña, junto a Estados Unidos, Rusia, Francia y China (es decir, los cinco miembros permanentes y con poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas), son quienes más armas venden y, jugando con las palabras, quizá quienes más líos arman. Unos más que otros, es verdad, y los del norte de América en primer lugar siempre, secundados en general por los súbditos de su majestad británica. Agrava el tema de Malvinas la fundada sospecha sobre la "posible presencia de armas nucleares introducidas por la potencia colonial" y la ya evidente militarización del Atlántico Sur.