¿Cuál ha sido el acontecimiento del siglo XX? Elijamos entre las dos Guerras Mundiales, la Revolución rusa, la Revolución china, el Holocausto judío, el fin de los imperios coloniales en Asia y África, la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín o la conquista del espacio. Para Fernand Braudel, en cambio, fue la electricidad, porque sus cambios fueron más profundos: más horas productivas por la iluminación artificial; mayor productividad por la automatización en la industria; revolución en las comunicaciones con la telefonía, la radio y la televisión; mejor calidad de vida por el desarrollo de modernos equipos médicos; y menos trabajo en casa por los electrodomésticos (“La dinámica del capitalismo”). Braudel planteó que la historia transcurría en tres planos (“El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”): la corta duración, que es donde transcurren los hechos que recordamos (la batalla de Ayacucho), pero esos hechos son solo manifestaciones de procesos de mediana duración, que es donde se producen los cambios de coyunturas políticas o económicas (el tránsito del Virreinato a la República); o de procesos de larga duración, que es donde se producen los cambios de estructuras sociales y culturales (la evangelización católica del mundo andino).
A 18 meses de las elecciones, las preguntas son de corta duración: si la muerte de Alberto Fujimori ayudará a Fuerza Popular, si Antauro Humala se estancará, si Carlos Añaños candidatea, si Roque Benavides y Carla García levantarán al APRA, si Phillip Butters o Carlos Álvarez serán los nuevos outsiders, cuántas de las 60 franquicias finalmente se presentarán, o si los organismos electorales serán independientes. No estamos considerando la mediana duración: el 50% decide su voto en la última semana y el 20% el mismo día de las elecciones, síntoma de que el elector no está informado o que, estándolo, ningún candidato le gusta (Ipsos), o que la diferencia del ganador en las últimas elecciones ha sido por menos de 50,000 votos, nada en el universo de 25 millones de electores, síntoma de que andamos divididos. Por eso, se dice que Ollanta, Kuczynski y Castillo ganaron por el voto antifujimorista. Puede ser, pero cada uno de ellos aportó lo suyo y conectó con mucha gente. Ollanta recordó el populismo de Velasco; Kuczynski era prestado por gringo y por gerente, pero la gente lo arropó (“ya que chucha, PPK”), y a Castillo lo votaron porque se presentó como un profesor rural andino, “uno como tú”. Esa tendencia es creciente y, si se mantiene, ganará las elecciones el más empático y no el menos antipático.
Por su lado, la larga duración aporta muerte y dolor. Desde el encuentro con Europa, en el que murieron diez millones de nativos de los doce que éramos. Las guerras y la explotación solo mataron al 10%, la viruela mató al resto. Durante la República aportaron más muertos las guerras contra Chile, Sendero y el COVID. Esas muertes dolieron más por frustración. La guerra con Chile nos agarró en bancarrota por el despilfarro previo de la bonanza del guano. La guerra con Sendero nos agarró sin saber quiénes eran ni por qué aparecieron; demoramos diez años en entenderlos. Y la pandemia nos agarró con plata en los bolsillos, pero sin hospitales ni aire. Ahora, la economía criminal aporta más muertos, pero no tiene cara, ni nombre, ni apellido. Entonces, el miedo se transformará en cólera contra un Estado que no defiende. Perderá las elecciones el candidato que herede esa cólera.
Pero el miedo y la cólera incuban también esperanza, pero deberá ser nueva, porque cada vez entusiasman menos las iglesias, sus evangelios y sus Mesías sagrados. Ganará las elecciones un nuevo líder profano, que ofrezca esa nueva esperanza con seguridad y trabajo para todos, quizá con circo. Pero tendrá que ser verosímil, porque la platea, de tantas frustraciones, será exigente. Esta nueva religión tendrá a la economía criminal como demonio, que seguirá tentando con el dinero rápido, protección y beneficios para los que trabajen para ella. No la tendremos fácil. Por lo mismo, hay que mirarnos por dentro, “conócete a ti mismo”, que era lo escrito en el portal del Templo de Apolo, que siempre fue la mejor respuesta a las preguntas de los peregrinos del oráculo.