Pequeño paso de hombres y mujeres, grande para la humanidad. (NASA)
Pequeño paso de hombres y mujeres, grande para la humanidad. (NASA)

La costumbre, más de los medios de comunicación que del común de los mortales, de recordarnos las efemérides ha colocado como tendencia esta semana la celebración de los 50 años de la llegada del hombre a la Luna. No es para menos. Desde una perspectiva de género, dicho esto con ternura, y un poco de ironía, hay que destacar que poco o nada aparecieron las mujeres en aquella jornada épica para la historia de la humanidad, o quizá habría que decir, de media humanidad, por la invisibilidad de las mujeres hace medio siglo.

Y, sin embargo, entre el equipo de científicos que hicieron posible el experimento, hubo mujeres que pasaron sustancialmente desapercibidas para la posteridad e incluso en la actualidad de ese momento.

Corrían tiempos difíciles para la política espacial norteamericana, muy por detrás de la soviética. Kennedy, en uno de sus primeros y más entusiastas discursos, lanzó un órdago: Estados Unidos llevará al hombre a la Luna antes del fin de la década de los sesenta. Una ingente cantidad de dólares alimentó el proyecto.

Entre los científicos brillantes contratados por la NASA, destacó uno en el que concurrieron dos factores inusitados: ser mujer, en un mundo de hombres, y negra, en un mundo de blancos. Hablo de Katherine Coleman (nacida en agosto de 1918). Conoció en carne propia qué era ser negra en su país. Pero su mente privilegiada no conoció de sexos ni de razas, y no se dejó amedrentar por las cicateras trivialidades de sus colegas. Sus operaciones matemáticas (se dice que el astronauta Glenn solo confiaba en las suyas) fueron esenciales. Garantizaron lo más difícil, que no fue que un ser humano pusiera el pie en la Luna, sino que regresara sano y salvo a la Tierra. Fue Obama, en 2015, quien reconoció oficialmente su trabajo. Katherine, con 101 años, es considerada el genio de la computación.

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