"Entonces, antes de salir del lugar, el abogado le entregó el aparato a Toledo. Este se reacomodó en la silla de madera y empezó a marcar el número con el que hacía días quería contactarse".
"Entonces, antes de salir del lugar, el abogado le entregó el aparato a Toledo. Este se reacomodó en la silla de madera y empezó a marcar el número con el que hacía días quería contactarse".

Alejandro Toledo terminó su desayuno y salió al patio asignado a caminar en círculos. De aquel líder indomable que le puso el pecho al fujimorismo de los 90, de aquella fuerza de la naturaleza que llegó -tarde- de Cabana, de aquel error estadístico que alcanzó la Presidencia quedó, varios años y varios millones después, muy poco, apenas una voz gastada y un cuerpo encorvado en cautiverio.

Esa misma mañana recibió a su abogado. Tras un diálogo áspero, Toledo contuvo la respiración, arrugó la frente y achinó los ojos. Frente a él, su defensor, sin inmutarse, no rehuyó la mirada horizontal del expresidente.

-Doctor -dijo Toledo-, estoy esperando su respuesta.

-¿Mi respuesta?

-Claro. Le acabo de hacer una pregunta.

-Perdón, pero me distraje. Es que acabo de recordar que tengo que hablar con usted de algo muy importante.

-¿Algo importante?

-¿Es sobre mi caso?

-No.

-¿Y qué puede ser más importante que mi caso?

-Mis honorarios.

Toledo se rascó la cabeza y luego la movió a los lados, en señal de desaprobación.

-¡Qué decepción! -exclamó Toledo– Nunca pensé que fueras de esos abogados.

-¿De cuáles? ¿De esos que cobran por adelantado?

-No, de esos que cobran.

-Mire, señor Toledo -dijo, poniéndose de pie-. Yo no voy a hacer nada más hasta que usted me dé al menos un adelanto.

-Usted sabe que el dinero no lo tengo aquí.

-Me imagino.

-Entonces se debe imaginar también quién lo tiene.

-Sí, también me lo imagino.

-El problema es que no puedo llamarla porque no me permiten tener celular.

El doctor miró alrededor para comprobar que el policía, que vigilaba tras la reja, no lo estaba viendo.

-Hagamos algo, señor Toledo -dijo hablando bajo, mientras extraía de su saco un teléfono-. Le dejo el celular, luego me despido y me voy hasta la puerta de ingreso. Como el policía tiene que acompañarme, ahí tiene tiempo de llamar a ya sabe quién. Cuando yo esté por salir, diré que me he olvidado un documento y regreso por el celular. ¿Me entendió?

Entonces, antes de salir del lugar, el abogado le entregó el aparato a Toledo. Este se reacomodó en la silla de madera y empezó a marcar el número con el que hacía días quería contactarse.

-Aló. Eliane.

-Sí, ¿quién habla?

-¿No me reconoces la voz? Soy Alejandro.

-¿Puede ser más específico?

Las cejas de Toledo se alzaron.

-Soy tu esposo, tu cholo sano y sagrado.

-Alejandro. Yo pensé que no te dejaban tener celular.

-No es mío. Es del abogado.

-¿Y cómo estás, Alejandro? ¿Todo bien?

-No, Eliane. ¡Cómo voy a estar bien si estoy encerrado!

-Sí, sí, gracias.

-¿Cómo dices?

-Perdona, le estaba hablando al mozo que me ha traído el desayuno.

-¿Dónde estás? ¿En tu habitación?

-No, junto a la piscina del hotel. ¿Qué me decías?

-¿Qué te decía? Carajo, ya me olvidé.

El expresidente se pasó la mano por la frente, como lamentándose.

-Creo que me decías algo de estar encerrado.

-Sí, eso. Te decía que estoy encerrado. No te imaginas lo triste y desesperante que es estar aquí solo, privado de mi libertad.

-No, no, yo no pedí tostadas francesas.

-¿Eliane?

-Ah, ¿son cortesía del hotel? Déjelas entonces. Muchas gracias.

-¿Eliane? ¿Qué está pasando?

-Perdona, es que me trajeron unas tostadas de cortesía. Ay, Alejandro, no pude elegir mejor lugar. ¿Sabías que este es el mejor hotel de todo Israel? Es que no tienes idea.

-No, Eliane. No tengo idea.

-Alejandro, dime, ¿tú crees que me puedas llamar más tarde?

-¿Más tarde?

Toledo apretujó el celular con toda la fuerza de su mano derecha.

-Sí, es que terminando el desayuno tengo una sesión en el spa. ¿Te acuerdas que una vez nos llegó una promoción para unos masajes con piedras calientes? ¿Te acuerdas que no pudimos ir porque tú estabas con el grillete electrónico? Ahora, por fin, voy a probar esos masajes. ¿Me llamas después, entonces?

-No, Eliane, esto no puede esperar.

-Siempre tan dramático. Dime, ¿qué pasa?

-Lo que pasa es que necesito fondos. Necesito que me mandes dinero.

-Pero, Alejandro, ¿tú crees que eso sea conveniente? ¿Para qué lo necesitas?

-Para varias cosas, pero lo primero es para mi abogado. Dice que no va a mover un pelo si no le doy al menos un adelanto.

-¿Firmo nomás? Ah, excelente.

-¿Y ahora qué pasa, Eliane?

-Nada, Alejandro. Solo estoy firmando por el desayuno. Aquí todo es a sola firma. Podría quedarme a vivir aquí en este hotel.

-Eliane, ¡el dinero!

-Ay, Alejandro. No me grites.

-No te grito, pero necesito que me mandes mi dinero.

-Pero Alejandro, si se enteran de que tienes otros fondos, también te los van a bloquear. Además, pensándolo bien, tengo que cuidar lo que nos queda. ¿Qué pasará cuando se acabe? ¿Acaso tú me vas a mandar más? ¿Acaso Barata me va a mandar una transferencia?

-Eliane, aparte de lo que te dejé, tienes el millón de dólares que te han devuelto.

-Sí, claro, claro.

-¿Me vas a mandar algo entonces?

-Sí, claro, gracias por avisar. No me tardo.

-¿No te tardas?

-Perdona otra vez, Alejandro. Estaba hablando con el muchacho del hotel. Vino a avisarme que ya debo ir al spa.

-Eliane, ¿y el dinero?

-Llámame más tarde, Alejandro, pero si no contesto, no insistas: en la tarde me voy de shopping.

Toledo se quedó con el celular en la mano, mientras en su mente la imagen de Eliane Karp empezó a dividirse en otras pequeñísimas y luminosas réplicas de ella, como si un caleidoscopio insoportablemente rojizo eclipsara su pensamiento.

-Señor Toledo -dijo el abogado que acababa de regresar y que había encontrado a Toledo en pleno trance-. ¿Y cómo le fue? ¿Me consiguió el adelanto?

Cuando el expresidente reaccionó, le pidió al abogado que, por favor, le diera más tiempo. Conocedor de los entresijos de la pareja Toledo-Karp, el defensor, a regañadientes, aceptó.

-Doctor -dijo Toledo-, ¿y no me va a responder la pregunta que le hice antes?

-¿Cuál fue la pregunta?

-¿Usted cree que me pueda sacar de aquí?

-Yo creo que sí. Pero, ¿y si nos descubren?

El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!