"El prófugo pidió que no entremos en la casa. Dijo que él saldría por su propia voluntad. Quería que conste que él se estaba entregando".
"El prófugo pidió que no entremos en la casa. Dijo que él saldría por su propia voluntad. Quería que conste que él se estaba entregando".

“Congresistas de seis bancadas presentaron una moción de censura contra el ministro del Interior, , por su presunta inacción en la fuga y la no captura del exministro ”, dice, sin pestañear y con la voz, a la vez, urgente y acartonada, el narrador de noticias desde el recién instalado televisor de 50 pulgadas –Ultra HD 4K–.

Senmache, inclinado hacia adelante, mira fijamente el rostro del locutor y cree percibir en él una mueca de risa contenida. Sin más, coge la taza de café que tiene sobre su escritorio y la lanza contra la pantalla y los más de 8 millones de píxeles que la cubren, logrando un estallido de gran calidad.

Unos segundos después, irrumpen en el despacho dos policías con el arma en ristre, tratando de decidir adónde apuntar, y detrás de ellos, la secretaria del ministro, con los brazos en el aire, mirando las ruinas de la tecnología. “¿Acaso ese televisor es lo único inteligente que hay en este ministerio?”, vociferó Senmache, ante la mirada extrañada de todos.

Cuando Senmache llegó al ministerio, dio la impresión de una persona calmada, ecuánime, siempre en sus casillas. Sin embargo, ha cambiado. Parece que Silva, en su fuga, se ha llevado con él la calma, la ecuanimidad y el autocontrol.


–Señorita –dijo Senmache– ¿ya llegó el general?

–Por favor, vaya a averiguar qué pasó con ese general. Es urgente.


Mientras espera la respuesta, el ministro coge el último informe de seguridad ciudadana que le llevaron en la mañana. Pasa la primera página, la segunda, mira los gráficos, las cifras en rojo, sigue pasando las hojas, el incremento de los asaltos, los robos de vehículos, los secuestros, las muertes. “Ni hablar”, piensa, “voy a doblar el resguardo policial en la casa”.

El intercomunicador suena. Senmache asiente con la cabeza. “Que pase de una vez”, dice. La puerta del despacho se abre y aparece la figura del general que había estado esperando. El ministro se inclina hacia atrás, apoyando la espalda contra el respaldar de la silla. Ante un ademán de Senmache, el general se sienta. Un escritorio los separa.


–Señor ministro, antes que nada, lamento darle una mala noticia. Han presentado una noción de censura en su contra. Dicen que son congresistas de …

–Ya lo sé, general. Ya está en las noticias.

–Bueno –dice el general–, usted me mandó a llamar.

–A ver, general. Ya tengo semanas aquí, así que le pido que hablemos con total confianza. ¿Entendió?

–Entendí, Dimitri.

–No, no me entendió. El que me diga ministro está bien. La confianza la quiero para que me diga las cosas exactamente como son.

–De acuerdo.

–Por ejemplo, ¿qué sabemos de Silva?

–Sabemos que está prófugo.


El ministro del Interior se pone de pie. Empieza a caminar, lento, como si quisiera dejar sus huellas en cemento fresco.


–Mire general. No voy a permitir que estos temas políticos me hagan perder el tiempo.

–¿El tiempo? Lo que le va a hacer es perder el cargo.

–Estoy cansado de esto. La Policía no quiere capturar a nadie y yo no puedo denunciarlo porque van a decir que soy un ministro sin autoridad.


De pronto, el celular del general empieza a sonar. El timbre es el constante y circular sonido de una sirena.


–Perdone, señor ministro –dice el general y contesta.


El rostro del oficial empalidece tanto como se abren sus ojos. Luego sigue escuchando, mudo y con las facciones congeladas, expectantes. Por fin, cuelga.


–¿Qué pasa, general? –pregunta Senmache.

–Es una gran noticia, señor ministro. Encontraron a Silva.


Senmache no puede contener la alegría y da un golpe al escritorio.

–¿Dónde?

–En Carabayllo.

–¿Cómo? ¿Otra vez?

–Está vez no puede fugarse. Es más, parece que quiere entregarse.

–¿Entregarse? No, aquí nadie se va a entregar. Nosotros vamos a capturarlo.

–Pero, señor ministro, aquí lo importante es que…

–¿Sabe qué? –dice Senmache, poniéndose de pie –Yo mismo lo voy a capturar.

–¿Usted? Pero usted no dijo que los ministros no eran policías.


Varios minutos después, luego de algunas vueltas y rodeos inesperados, llegaron al lugar. Era una especie de casa-taller semiabandonada. En ambas esquinas de la calle se habían apostado un par de policías. Al ver llegar al ministro, un comandante, encargado del operativo, parece desconcertado.


–¿Dónde está Silva? –pregunta Senmache.


El comandante intercambia miradas con el general, que está detrás del ministro.


–Comandante –insiste Senmache– ¿dónde está Silva?

–No está.

–¿Cómo que no está? –pregunta en voz alta el ministro y luego voltea a ver al general–. General, ¿no me dijo que tenían a Silva?


El general da un par de pasos hacia adelante y observa detenidamente al comandante.


–Comandante, ¿qué pasó?

–Mi general, con la novedad que encontramos al prófugo en esta dirección.

–¿Entonces sí lo encontraron? –pregunta Senmache, pero el comandante, sin darle importancia, sigue con su narración.

–El prófugo pidió que no entremos en la casa. Dijo que él saldría por su propia voluntad. Quería que conste que él se estaba entregando.

–Pero así no es la cosa. Si ya lo encontraron, él ya no podía entregarse. ¿Acaso no le dijo eso a Silva? –vuelve a intervenir Senmache, pero, de igual manera, el oficial parece no escucharlo.

–A nosotros no nos pareció importante si se entregaba o no siempre y cuando Silva se enfrente a la justicia.

–Pero, ¿dónde está Silva? –pregunta, casi gritando, el ministro. El comandante sigue como si Senmache fuera un holograma.

–Como le dijimos que si quería podía entregarse solo, Silva nos pidió unos minutos para despedirse de sus amigos, es decir, de la gente que lo acompañaba.


Senmache se pasa ambas manos por el rostro, una y otra vez, como tratando de asimilar lo que estaba pasando, lo que acababa de pasar.


–¿Y entonces? –pregunta el general.


–Cuando decidimos que había pasado tiempo suficiente, le pedimos que salga, pero ya no contestó. Así que entramos, pero por más que buscamos…

–Silva ya no estaba –dice Senmache, como mordiendo sus palabras.

–En efecto, señor ministro –dice el comandante, mirándolo, por fin, a los ojos–. Es una lástima, pero Silva volvió a fugarse.

De golpe, ante la sorpresa de todos los policías, Senmache se derrumba. Cae al suelo, se pone de rodillas, solloza y empieza a golpear el asfalto con las manos. Parece un niño haciendo pataleta. En seguida, el general se acerca y lo levanta. Apenas se pone de pie, Senmache va a encarar al comandante.


–Usted no sabe lo que soy capaz de hacer con su carrera.

–Nada peor de lo que me haría el presidente si capturo a Silva.


Al día siguiente, el ministro del Interior mira las noticias en el nuevo televisor que acaban de instalar. El narrador de noticias abre el noticiero diciendo: “Prófugo exministro Juan Silva volvió a fugar. Pese a que la prensa ha intentado comunicarse con el ministro Senmache, este todavía no se pronuncia”. Esta vez el estallido de la pantalla es todavía más estruendoso. Mala suerte: más cerca está la cafetera que la taza de café.