(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)

Cansado del desgobierno, la conflictividad social y la inseguridad ciudadana, dicho de otro modo, cansado de su propia gestión, el presidente Pedro Castillo decide hacer una pausa y escaparse, aunque sea unos minutos, de la realidad nacional. Y, para no alejarse demasiado de Palacio de Gobierno, le aconsejan visitar El Cordano, el viejo y tradicional restaurante que, anclado a escasos metros de la sede del gobierno central, ha sido mudo testigo de más de un siglo de disputas, confabulaciones y componendas políticas.

Apenas Castillo ingresa, un murmullo generalizado recorre todos los rincones del lugar. De pronto, el administrador, casi tropezándose, llega a su encuentro.

-Buenos días, señor presidente. Para nosotros es un honor que nos visite.

Castillo sonríe y, satisfecho, asiente con la cabeza.

-No tengo mucho tiempo, así que, por favor, me atienden rápido.

-Por supuesto, no faltaba más.

El bar está plagado de mesas de granito que flotan sobre un soporte de metal, parecen insectos de otro mundo aferrándose al suelo con sus patas de fierro. Una vez sentado, Castillo recibe la carta de platos. Mientras el presidente la empieza a revisar, el administrador echa una mirada a la puerta. Una mueca de fastidio nace y muere en su rostro al ver que una de las entradas está casi bloqueada por la seguridad presidencial. Luego, respira hondo y vuelve a dibujar una sonrisa de anfitrión.

-Enseguida, le mando al mozo -dice.

Castillo, imperturbable, parece estar estudiando los platos de la carta. En el acto, aparece uno de los mozos más antiguos del bar. Se queda de pie a un metro del presidente, saca una pequeña libreta y queda expectante. Recién entonces el presidente pone los ojos en el mozo.

-¿Qué me recomienda? -pregunta Castillo.

-Yo le recomendaría que renuncie.

-¿Cómo dice?

El administrador vuelve a aparecer, casi se materializa, como si fuera parte de un truco de magia.

-No, no -interviene-. Lo que aquí el mozo le ha dicho es que denuncie. Eso ha dicho, que denuncie a los que quieren vacarlo.

-¿Eso ha dicho? -pregunta el presidente.

La mirada fría del administrador parece congelar al mozo.

-Sí, claro -reacciona el mozo-. Eso dije.

Castillo entorna los ojos. Mira al administrador y luego al mozo.

-Le agradecería que no me hable de política. Si he venido aquí, es justamente para despejarme unos minutos.

De pronto, la silueta de un hombre aparece en una de las puertas. Castillo, el administrador y el mozo lanzan su mirada y descubren ahí, parado bajo el marco, al primer ministro Aníbal Torres.

-Señor presidente, lo fui a buscar a Palacio y me dijeron que estaba acá.

-No puede ser. No es nada contra ti, Aníbal, pero yo pedí que nadie comunique donde iba a estar. ¿Quién te lo dijo? ¿Mi secretaria? ¿Mi asistente? ¿Algún informante de inteligencia?

-No, me lo dijo uno de los húsares de Junín.

-Verdad que esos se ganan con todo.

El premier se acerca a la mesa de Castillo y, con un movimiento del brazo, como si hiciera un pase de torero, pide permiso para acompañarlo.

-Claro, Aníbal, siéntate -dice Castillo.

Ni bien el administrador se retiró, el mozo, otra vez, cogió su libreta, y con su lapicero en ristre, les preguntó qué se iban a servir.

-Señor presidente -dice Torres-, me dicen que aquí sirven unas butifarras buenísimas.

-Ya pues -dice Castillo y luego mira al mozo- tráenos un par de butifarras y un par de cafés. ¿Está bien, Aníbal?

-Claro, claro, un café me caería bien.

-De eso no tengo dudas.

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El mozo, sin apuntar nada, repite el pedido y se pierde de vista. El presidente Castillo mira a Torres y alza los hombros.

-Bueno, Aníbal, ¿qué me cuentas? ¿Es verdad que las cosas están tan feas como me dicen?

-Sí, de lo peor.

-O sea, no se ve ninguna mejora.

-Casi ninguna. Aunque con las disculpas que dio, la tensión bajó un poco.

-¿Disculpas? ¿De qué me estás hablando?

-¿Cómo? ¿Usted no se refiere al caso de Miyashiro y la Retiz?

El presidente se frota los ojos y luego mueve la cabeza a los lados.

-No, Aníbal. Te estoy hablando de los conflictos sociales que están reventando por todo el país.

-Ah, ya. No, de eso no sé mucho.

-Pero si tú no sabes, ¿quién va a saber?

-Tranquilo, señor presidente, lo más probable es que ya no tengamos que preocuparnos por eso.

-Excelente, ¿vamos a terminar con los conflictos?

-No, los conflictos van a terminar con nosotros.

-Vaya consuelo.

-Aunque la verdad es que esta estrategia de ir a cada lugar donde hay un problema y prometer todo está dando resultado.

-Así parece, pero me preocupa que pase un año y reclamen por las promesas incumplidas.

-Pero eso ya no será problema para nosotros.

La pierna izquierda del presidente empieza a moverse, mientras parece que el aire empieza a faltarle.

-¿Tú crees que no voy a terminar mi mandato?

-Se lo diré de esta forma. Yo creo que más tiempo voy a durar yo en la PCM.

Un sonido de ambulancia se filtró desde la calle e impuso, durante unos segundos, el silencio en la mesa.

-¿Sabe para qué vine aquí? -pregunta Castillo.

-¿Para probar las butifarras?

-No, vine para olvidar aunque sea unos minutos los problemas del país.

-Ah, ya, entiendo.

En ese momento, el mozo llega con el pedido. Coloca los sánguches y los cafés humeantes sobre el tablero de granito.

-Le voy a agradecer que no me hable nada sobre política. Nada. Y si no se le ocurre otro tema de conversación, entonces no hable. ¿Está bien, Aníbal?

-Si así lo quiere usted.

-Sí. Estoy tan tenso que si no tengo unos minutos de tranquilidad, voy a estallar.

El presidente coge la butifarra y le da una gran mordida. Luego, prueba el café. Primero un sorbo y después ya un trago largo. Frente a él, el premier luce un rostro derrotado, una mirada abatida. Su café y su sánguche siguen intactos.

-¿Qué pasa, Aníbal? -pregunta Castillo-. Quizá he sido un poco duro con usted. Tampoco se trata que se incomode o se quede mudo. Vamos, acompáñeme.

El premier asiente. Luego suaviza sus facciones. Da un mordisco a la butifarra y prueba el café. El presidente sonríe. Una tranquilidad absoluta parece haberse apoderado de su ser.

-Solo para que quede claro -dice Torres-, entonces, lo del golpe de Estado, lo último de Los Dinámicos del Centro, la situación de sus sobrinos prófugos y las denuncias constitucionales su contra lo hablamos después, ¿no?

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