"De regreso en el hotel, llamé a mi contacto en La Gaceta y le pedí una entrevista urgente con el propio Maduro".
"De regreso en el hotel, llamé a mi contacto en La Gaceta y le pedí una entrevista urgente con el propio Maduro".

El próximo 28 de julio del presente año, la hermana república de Venezuela elegirá al próximo gobernante para el periodo que va desde 2025 hasta, en principio, 2029. Estos comicios vienen siendo cuestionados duramente por la mayor parte de la comunidad internacional. Sin embargo, tratando de esquivar el prejuicio, sortear el lugar común, cabe preguntarse, ¿realmente son elecciones fraudulentas? ¿En verdad el proceso está amañado para garantizar la victoria de Nicolás Maduro? Ajenos a la superficialidad del Google y para evitar caer en la posverdad o en las fake news de las redes sociales, viajé esta semana a la tierra del joropo y las arepas. Aquí la crónica:

Llegué al aeropuerto internacional Simón Bolívar tras un apacible vuelo que duró —bebidas más, sanguchitos menos— algo más de cuatro horas. Apenas bajé del avión, me recibió un amable miembro de la seguridad nacional. Sin pérdida de tiempo, el señor, ya no tan amable, me sometió —golpes más, insultos menos— a un riguroso interrogatorio durante algo más de doce ya nada amables horas. En esencia, el hombre quería saber qué tanto sabía yo del socialismo del siglo XXI, cuál era mi postura respecto al imperialismo neocolonialista norteamericano y si alguna vez me había burlado, en público o en privado, del bigote de Maduro. Debí haber pasado la prueba porque me entregó un salvoconducto que me permitía, entre otras ventajas, seguir respirando. Incluso, ya en confianza, tuvo la deferencia de contactarme con un periodista de La Gaceta, el periódico del oficialismo. Fue él quien me hizo la cita en el Consejo Electoral de Venezuela.

Salí del hotel con la debida anticipación. Mientras iba en el taxi rumbo a la entrevista, le consulté al chofer por quién iba a votar en las próximas elecciones. El hombre, de tez morena y de unos 40 años, me miró a través del espejo retrovisor y me lanzó:

—Usted no es de acá, ¿no?

—No, soy peruano.

—Entonces déjeme decirle dos cosas. Número uno: da lo mismo por quién vote porque igual va a ganar Maduro.

—¿Y número dos?

—Número dos: yo nunca mencioné el número uno.

En el Consejo Electoral me recibió el jefe de comunicaciones. Lo primero que hizo fue hablarme del reglamento que norma todo lo relacionado con las elecciones: Reglamento Obligatorio de Balota Ordinaria (ROBO). Luego me habló de la limpieza del proceso electoral –”cómo será que no queremos ocultar nada que hasta las ánforas son transparentes”—. Entonces, le pregunté por qué la foto de Maduro aparece 13 veces en la cédula de votación. “Porque 14 veces ya no entraba”, me respondió. Y lo hizo con una seriedad tan bien puesta que hasta a mí me pareció de lo más lógica. A continuación, me habló de las pautas que se siguen para validar los votos.

—Por ejemplo —me dijo el encargado—, si alguien marca el rostro de Maduro demasiado fuerte, el voto será declarado válido, pero el votante será apresado por atentar contra la imagen de nuestro presidente, y por ende, del país entero.

—Vaya, ¿no le parece un poco exagerado?

—No creo, a estos disidentes hay que cortarlos desde el inicio.

—¿Y qué pasa, digamos, si alguien escribe alguna grosería o algún adjetivo calificativo sobre el rostro de Maduro?

—Si pasa algo así, el voto será declarado válido para Maduro. Eso sí, el votante será procesado por agresión al Estado, o sea a Maduro. Asimismo, tendrá que ir a la cárcel y deberá pagar la afrenta con su vida o su equivalente en moneda nacional.

—¿No le parece demasiado este tipo de castigo?

—No, para nada. La moneda nacional no vale mucho.

—Usted habla como si todos los votos fueran para Maduro, pero, ¿qué pasa si alguien marca el rostro de alguno de los candidatos de oposición?

—Si alguien hace eso, es decir, si alguien marca sobre el rostro de alguno de los traidores a la patria, sabremos disculpar al confundido votante y comprenderemos que se equivocó y que lo que realmente quería era votar por Maduro.

—¿Y qué pasa con el voto en blanco?

—Eso es fácil. Si el votante no marca ninguno de los rostros, consideramos que en realidad quiso votar por Maduro.

—Me parece o, al final, de una u otra manera, todos los votos serán para Maduro.

—Sí, pero solo los votos válidos.

De regreso en el hotel, llamé a mi contacto en La Gaceta y le pedí una entrevista urgente con el propio Maduro. Casi dos horas después, apareció el mismo hombre de seguridad del Estado. Me explicó que antes de llevarme al Palacio de Miraflores debía aplicarme otro amable interrogatorio. Esta vez el intercambio de preguntas y respuestas duró solo cinco horas. En resumen, quería saber si iba a hacerle a Maduro alguna pregunta difícil del tipo “si usted tomó el poder en 2013 y ahora estamos en 2024, ¿cuánto tiempo lleva como gobernante?”, o, mucho peor, si iba a jugarle todavía más sucio consultándole si seguía pensando que el peor enemigo del chavismo es Quico.

Luego de llegar a la sede del Gobierno venezolano, y tras esperar durante una hora, apareció Maduro, enorme, casi tan grande como su ego.

—Solo tiene cinco minutos, así que aprovéchelos –me dijo desde lo alto del poder.

—Eso quisiera, pero no voy a poder –le respondí—. Tengo que entrevistarlo a usted.

Maduro me miró con calculada distancia, como si todo le diera lo mismo.

—Vengo del Centro Electoral de Venezuela. La verdad es que me he quedado con enormes dudas sobre la honestidad en las elecciones.

—Me parece absurdo lo que dice.

—¿Le parece absurdo que tenga dudas?

—No, que hable de honestidad en las elecciones.

—Entonces admite que lo que va a pasar el próximo 28 de julio es un fraude.

—No diga esa palabra maldita en este templo de la democracia.

—Pero, vamos a ver. Usted sabe que todos los votos van a ser para usted, ¿o no lo sabe?

—Claro que lo sé.

—Entonces, ¿cómo puede llamar a este lugar el templo de la democracia?

—Es que soy ateo.

Casi podría jurar que un atisbo de sonrisa asomó en el rostro de Maduro.

—En las elecciones pasadas, el número de votos que usted obtuvo fue mayor que el número de votantes. ¿Cómo explica eso?

—Yo qué sé. ¿Exceso de civismo?

Entonces cometí el error de responderle.

—No, me parece más bien un exceso de sinvergüencería.

De súbito, como si hubiera estado esperando escondido en algún rincón, el hombre de seguridad del Estado se materializó. Me miró con cara de querer volver a someterme, sin mucha amabilidad, a otro interrogatorio. Y así, diatribas más, remezones menos, mi viaje dio un impensado giro dramático. Entonces, decidí que había que mirar el lado amable: siempre me ha gustado el turismo de aventura.

El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!