No pudo contener las lágrimas. Desde la puerta del avión contempló a los cientos, a los miles de peruanos que habían llegado hasta ahí, soportando la inclemencia de un verano asesino, sin sombras, macerándose en el vapor asfixiante del mediodía, y todo para recibirlo, para saludarlo, en buena cuenta, para reivindicar su imagen. Pese a la distancia, pudo leer con nitidez los carteles de apoyo que muchos alzaban y que movían con los brazos extendidos, como buscando tener, aunque sea por unos segundos, su atención. Se pasó la mano por los ojos húmedos y entonces sintió como si alguien lo empujara. Volvió a sentir lo mismo, pero con mayor fuerza, al tiempo que una voz, a lo lejos, como venida de otro mundo, lo llamaba, lo convocaba. Enmudeció al ver que, de pronto, una a una, las personas empezaron a desaparecer, con sus carteles y sus vítores destemplados, y luego, junto con ellas, el aeropuerto, la pista y todos los alrededores también se disolvieron ante sus ojos. Entonces, cuando la voz se hizo más cercana y el zamaqueo más real, se despertó.

-Alejandro, Alejandro.

abrió los ojos e hizo una mueca de decepción al toparse con el rostro de su esposa, Eliane Karp.

-Estaba soñando. No sabes, Eliane. Un sueño maravilloso.

-Otra vez soñando con la Marcha de los Cuatro Suyos.

-¿Y tú cómo sabes?

Eliane recogió del suelo un álbum de fotos que se había caído resbalándose por las piernas de Toledo. Lo abrió y se lo enseñó.

-Te volviste a dormir mirando esto. ¿No te cansas de ver fotos de esa marcha? Hace más de 20 años de eso.

-Pero yo la recuerdo como si fuera ayer.

Eliane lo miró fijo.

-Alejandro, no puedes vivir del recuerdo.

-¿Qué paso, Eliane? Antes todos me querían en el Perú.

-Y te siguen queriendo.

-¿Tú crees?

-Claro; es más, te quieren ahí lo más pronto posible.

La sangre pareció alejarse del rostro de Toledo. Un leve temblor lo envolvió.

-Eliane, ¿tratas de decirme algo?

-Sí, Alejandro.

-Dime, ¿qué pasa? ¿Es una mala noticia?

-Sí. Es algo que nos va a separar.

-¿Segura que es una mala noticia?

-Sí, Alejandro.

-Pero, Eliane, me tienes en suspenso. Dime, ¿qué pasa?

-Es que me da pena.

-Por favor, Eliane, me estoy empezando a molestar. ¿De qué te has enterado?

-Está bien, te lo diré.

-Por fin.

-Te lo diré de frente. Sin medias tintas.

-Eliane…

-Prepárate para lo que te voy a decir.

-¡Carajo!, dime. ¿Dices que nos vamos a separar? ¿Pero por qué?

-Ay, Alejandro. ¿Entonces no quieres separarte de mí?

-No me hagas preguntas capciosas y dime de una vez qué sabes. ¿De qué te has enterado?

-Bueno, te lo diré.

-Dímelo entonces.

-¿Recuerdas que el Perú ha pedido tu extradición?

-Sí, claro. ¡Cómo me voy a olvidar de eso!

-¿Y recuerdas que estaba pendiente la respuesta del gobierno de Estados Unidos?

-Claro que lo recuerdo. Pero no me cambies de tema. ¿Cuál es la noticia?

-Esa es la noticia, Alejandro.

-¿Cuál?

-Esa pues. Acaban de aprobar tu extradición.

Toledo mudo.

-¿Estás bien?

-Sí, es que me lo has dicho tan de golpe.

En la mañana siguiente, recibieron la visita de su defensa legal. Después de los saludos y de un comentario anodino sobre el clima, el abogado había sido muy claro, quizá demasiado: las posibilidades de evitar la extradición eran inexistentes. Toledo y Eliane intercambiaron miradas. Siguió luego un largo silencio.

-¿Y no se puede ganar tiempo de alguna manera?

-Bueno, podemos pedir que se suspenda temporalmente la extradición, pero, la verdad, es poco probable que lo acepten.

-¡Por Dios! -dijo Toledo, sintiendo un frío en la espalda-. Me esperan 20 años en la cárcel.

-Eso es lo que ha pedido la Fiscalía por Ecoteva, por la Interoceánica son 16.

-No voy a resistir tanto en la cárcel- murmuró Toledo.

-No te preocupes, Alejandro -dijo Eliane y luego miró al abogado-. Doctor, tiene que haber algo que podamos hacer. Lo que sea.

-Bueno, quizá le puedan reducir la pena si devuelven todo el dinero.

-Ni modo -dijo Eliane, suspirando-. Si no se puede hacer nada, no se puede hacer nada.

El abogado miró de reojo a Toledo, pero este seguía en silencio, con la vista clavada en un punto fijo de la pared, como si estuviera hipnotizado.

-¿Por qué? -dijo Toledo, reaccionando de súbito.- ¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué? ¿Acaso hemos sido malas personas?

-Me confunde, señor Toledo -dijo el abogado-. Hasta donde sé, esto les pasa por los millones de dólares que recibieron de Odebrecht. ¿O hay otra coima de la que no me han hablado?

En la noche, en la habitación acondicionada como un estudio, Toledo estaba sentado frente a la pantalla de la computadora. Llevaba ya más de una hora leyendo la prensa peruana. De golpe, alzó las cejas cuando se topó con el siguiente texto:

“El recuerdo de su lucha contra la dictadura fujimorista y del crecimiento económico durante su gobierno le habían permitido a Toledo, pese a su voz engolada, sus gestos histriónicos y sus carajos impostados, gozar del respaldo popular. Sin embargo, el caso Ecoteva y las coimas por la Interoceánica aniquilaron por completo -aunque en el Perú nunca se sabe- su calidad de presidenciable. ‘Soy un error de la estadística’, había dicho más de una vez, en alusión a su improbable ascenso social. Sin embargo, en relación a Toledo, no solo esta ciencia se equivocó. Gran parte del país también falló al confundirlo con un moderno Pachacútec sin sospechar que, en cambio, tenía la maña y la entraña de un viejo Felipillo”.

Apenas terminó de leer, dio un suspiro y elevó la mirada hasta un lugar indeterminado del techo. Así, como si estuviera encantado, lo encontró Eliane.

-Alejandro, ¿estás bien?

-Sí -respondió por fin.

-No parece que estés bien. Seguro sigues leyendo las noticias.

-Solo un poco.

-Venía a decirte que ya llegó la pizza. Así que apúrate que se enfría.

-Ya voy.

Eliane dio media vuelta y empezó a caminar rumbo a la puerta.

-Eliane, una pregunta.

Ella se detuvo y giró hasta quedar, otra vez, frente a Toledo.

-¿Qué pasa, Alejandro?

-¿Sabes quién fue Felipillo?

Eliane puso las manos sobre su cadera y negó con la cabeza.

-Es el colmo que yo sepa más de historia peruana que tú.

-Entonces, ¿quién fue?

-Felipillo es el indio que hizo de traductor de Francisco Pizarro. Su nombre está asociado con la figura del traidor. ¿Por qué preguntas?

-En una columna me llaman así.

-Ya ves por qué no quiero que sigas leyendo las noticias de Perú.

-Pero yo no soy un Felipillo, ¿no?

-Claro que no, Alejandro -le respondió Elaine y, sonriendo, agregó-. Tú no eres traductor.